domingo, 1 de noviembre de 2015

Halloween Maratón 2015


¿Quién puede matar a un niño? (1976)


Ésta es una obra de culto, dirigida por Narciso Ibáñez Serrador, que tiene cierta originalidad, en hacer de los niños unos homicidas colectivos dentro de una muchedumbre impersonal. Como apertura e introducción hay una soporífera parte documental de unos 12 a 15 minutos entre créditos que da a entender que la indefensión de los niños puede llegar a trastocarse tras tantas matanzas históricas hacia ellos. Lo único anormal en la trama es que los criminales infantiles asesinan por puro placer, convertidos al mal sin mayores justificaciones (haciéndose cargo con el hipnotismo), en medio de su ternura natural, rostros angelicales y sus sonrisas luminosas que en pantalla quitan harto miedo, y aunque adolecen de mayor perversidad y terror su accionar está decentemente narrado en aquella isla deshabitada de adultos, porque han sido sistemáticamente eliminados por los pequeños diabólicos, tras un arranque de misterio –luego especialmente explicado- en la playa como si se tratara de un ataque de pirañas, con objetos punzocortantes. El filme tiene de guías protagónicos a 2 turistas británicos, una pareja de esposos, que van de la costa de Benahavís (Málaga, España) a una isla llamada Almanzora y se hallan con un ambiente de total abandono, desértico, muy bien tratado. Se percibe cierta ambigüedad del marido, de Tom (Lewis Fiander), que hiciera pensar que algo esconde, porque al inicio no transmite lo que pasa a la dulce Evelyn (Prunella Ransome), pero puede que sea porque ella está embarazada. Es un filme de terror de aire clásico, pero que deja ver cierta precariedad, aunque su historia está contada con bastante fluidez y es muy entretenida. Tiene sus grandes escenas, como cuando Tom armado con una metralleta corta se topa frente a frente con el grupo gigante de niños en las blanquecinas calles, donde haciendo gala de un poderoso dramatismo, aunque seguridad no le falta, como un grato rasgo de personalidad, piensa bien cómo resolverse y termina metido en un remate de liberación y frenesí de cómo se ve el escenario a la vista convencional, en ese duelo que invoca Evelyn, también potente en su histrionismo al tener una mala semilla.  

The Keep (1983)


Famoso por sus películas de crimen, thrillers y de aventura, Michael Mann, perpetra una película de terror en sus inicios, solo ésta dentro de su obra conjunta, que tiene a una fortaleza o torreón ubicada en un pueblo rumano como espacio de horror en fuerzas oscuras que buscan salir al mundo, con un demonio de fornido cuerpo humano detrás de unas cruces de plata y un encierro, al que veremos aparecer con pelos y señales y usar su particular forma de matar (quedando perfecta la escena de los cuerpos regados al lado de una tanqueta abandonada). El contexto es la segunda guerra mundial, en 1941, y la invasión de soldados nazis, liderados por el despiadado Kaempffer (Gabriel Byrne) que trata de corregir los supuestos errores de un militar más débil para el régimen y que en el fondo es un secreto disidente, Woermann (Jürgen Prochnow). En ese trance, se hace uso de un investigador judío avejentado sacado de un campo, interpretado por Ian McKellen, acompañado de su hija, dictada por la bella y naturalmente provocativa actriz poco conocida Alberta Watson, que genera un romance como intergaláctico, y en ello el filme tiene un aspecto medio astral, a través de Glaeken (el actor de larga trayectoria, aunque de roles secundarios, Scott Glenn). Es un filme tipo pulp, pero bien narrado, con una neblina omnipresente, y una atmósfera como de sueño, luego pesadilla, evanescente. Tiene su toque de misterio, de sencillo esoterismo, y es particular con un demonio tipo el mutante Apocalipsis de los X-Men, como que la lucha final no excede el ridículo, sino resulta rápida para bien de la película.

Near Dark (1987)


La única película de terror en la filmografía de la famosa directora Kathryn Bigelow, ganadora del Oscar por En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008). Estamos ante una historia de vampiros, con el aditivo de tener al sol como gran protagonista, ya que los quema a estos seres míticos, como el uso de transfusiones de sangre como parte trascendental. Se trata de que un cowboy de nombre Caleb (Adrian Pasdar) conoce a una chica como ninguna, resulta una vampiro, enamorándose de Mae (Jenny Wright), surgiendo un fuerte lado romántico que guía la película, contrastado en cierto mismo aspecto con el lado perverso de querer tener a una niña en el grupo, producto de la soledad que reina en este tipo de vidas al borde del límite y estar escondiéndose. Se retrata un estado criminal que yace emparejado con la esencia vampírica, como cuando entra el grupo de vampiros liderado por Jesse (el prolífico Lance Henriksen) a un bar y hace de las suyas. Es la travesía de una especie de juergueros nocturnos que hacen maldades en su libertad tenebrosa y sobrevivencia, al alimentarse de personas, sin que haya nada especialmente grotesco en el filme, sino algo muy comedido, en realidad. Bill Paxton se roba el protagonismo en su rol de un cowboy enloquecido (estamos en el sur de EE.UU.), que es terrible como vampiro, en la figura de un tipo inmaduro, burlón y buscapleitos. El filme no es grandioso, pero se ve curioso, y desde luego, resulta entretenido, dentro de un estilo naif y bastante amable.

Bad Taste (1987), Meet the Feebles (1989) y Braindead (1992)


Todos conocemos a Peter Jackson por la famosa trilogía de El señor de los anillos, premiada por el Oscar (la tercera parte con 11 estatuillas doradas), y que le ha traído un contundente grupo de fanáticos en todo el planeta, acompañada de su nueva trilogía y una continuación de aquel mundo, El Hobbit, pero hay otro Peter Jackson que quizá no todos conozcan, el de sus primeras obras, donde era todo un loco de atar, con una desfachatez e irreverencia de lo más imponente. Era un goce mayor, personalmente me gusta más que el último, aunque se entiende que quisiera pasar a otro nivel, y ese es el cine del Hollywood digamos, si pensamos en un cine con harto poder adquisitivo y muy popular. Pero el Jackson de sus tres primeras películas era terrible en su descaro, en su poderoso gore, o en su realismo sucio, o en el simple goce de una idea de plena juventud cool.

Su debut, Mal gusto (Bad Taste, 1987), es tremenda película en el género, de esas que a temprana edad hay que ver para gozar de su total pureza cinéfila, una de glorioso cine B, siendo la propuesta perfecta para un director lleno de vitalidad y hedonismo que no mide más que el entretenimiento rabioso e intenso que puede brindar, como esa oveja haciendo meh y explotando resulta toda una declaración propia de la edad y su efervescencia. La premisa es sencilla, unos alienígenas quieren hacer de la gente comida de fast food, por lo que atacan un pueblo neozelandés, sin saber que se toparan con un grupo de paramilitares gubernamentales que como unos Rambo harán un combate abierto y descarnado con armamento pesado. Se hace uso de un gore brutal, liderado por el propio Jackson interpretando a Derek (también a un extraterrestre retardado), una mezcla de Harry Potter, un nerd y un combatiente descabellado, todo lo que propiciará la delicia del espectador, retándose a sí mismo cada vez más.

Ese parece ser el sentir de Jackson, de superarse con su siguiente película, y es que el reto crece, no mide límite alguno a la hora de narrar toda la idiosincrasia enfermiza del grupo, de lo que es terrible la corrupción y perversión de ésta parodia de los Muppets, titulada El delirante mundo de los Feebles (Meet the Feebles, 1989), que vez cada cosa en una escala de putrefacción que realmente sorprende su exceso, toda su locura, dentro de un éxtasis de irreverencia, que termina en una matanza alucinante que tiene gran visualidad sucia y exige al espectador mucha tolerancia, si no da de lleno con el que ama la extravagancia y el desenfreno. Los Feebles son drogadictos, inmorales, mujeriegos, glotones, peligrosos, pornográficos, egocéntricos, abusivos, criminales y un etcétera de la peor calaña, en medio de la corrosiva ilustración de un espectáculo de variedades para la televisión, que atañe a la fama y al manejo del negocio, como a todos los integrantes de una escena teatral. El filme prácticamente no da respiro, salvo mediante un pequeño romance entre un erizo o puercoespín aspirante e inocente y una perra lanuda o bella y tonta secundaria de baile, ya que el protagónico es de una morza, productor y gángster, llamado Bletch, y un hipopótamo y cantante principal de grandes proporciones de nombre Heidi, que son una relación de interés económico y artístico por un lado y por el otro una dependencia del maltrato y la infidelidad. Aunque no es propiamente del género del horror es grotesca y encaja perfectamente en otro tipo de terror.

Pero si esto no fuera poco el siguiente trabajo de Jackson logra lo imposible, superar a sus predecesoras. Éste filme es una larga continua orgía de gore, apabullante e increíblemente salvaje, en perpetua novedad, donde el ingenio de la propuesta se luce demasiado poderoso e incansable, en los desmembramientos, transformaciones y agresiones que sufren unos zombies en aumento, tras las víctimas de una fiesta. El protagonista, Lionel Cosgrove (Timothy Balme), los enfrenta, en especial con una cortadora de césped, con la que hace mil destrozos de cuerpos y un baño de sangre por donde patinar. Todo a partir de que éste hijo de mamá, sojuzgado por ella, ve que su progenitora es mordida por un exótico y macabro mono rata, que la convierte en una muerta viviente, y la hace un germen que contagia a muchos otros, provocando el caos y la anarquía absoluta. El momento del cura practicando kung fu con los zombies es de antología y mucha risa. Lionel no sabe cómo solucionar tantos ataques y contagios, pero el pobre Lionel asume toda la responsabilidad de contenerlos. Muchos de estos zombies yacen deformes y son desagradables, se portan como niños traviesos e hiperactivos siempre hambrientos, o hasta pretenden copular entre ellos. Lionel lo hace producto de aun reconocer amor por su madre desfigurada, sacrificando incluso su amor idílico por Paquita (Diana Peñalver). El filme se centra en lo imparable del asunto, provocando hilaridad ante su desborde cada vez más audaz, hasta la llegada del monstruo final como en un sádico y entretenido videojuego.

The Addiction (1995)


Película de terror de corte filosófico y existencial sobre el vampirismo como estado de drogadicción, dirigida por Abel Ferrara, donde la protagonista, Kathleen Conklin (una estupenda Lili Taylor), mientras piensa su tesis para un doctorado en filosofía, tras algo imprevisto va poniendo en práctica toda la reflexión intelectual que va surgiendo producto de un cambio físico, descubriendo la naturaleza del mal y su relación con el vicio, entre otras ideas que va recurriendo a la mención de importantes pensadores, en blanco y negro, en un notable cine arte articulando el género del horror de forma profunda, con citas rimbombantes pero funcionales a los hechos que presenciamos, cuando la esencia de matar(nos) nos hace sentir culpables, pero nos descubre quienes somos en verdad, como con esa pregunta obligatoria de rechazar la agresión, enfermedad o invasión entre manos con una decisión firme, que no ocurre por cobardía, aceptando la sentencia, esa que nos lleva hasta desear el suicidio, perder nuestra identidad, y errar por el mundo, ser simplemente, la nada, esa adicción. Ni un espectacular y sabio rol de Christopher Walken como un vampiro redimido, un especie de pastor de la calle (luego llegará el oficial), puede doblegar un abismo asumido, una caída violenta hacia la dependencia absoluta (de ahí esa inscripción en la tumba, y ese fantasma en que nos convertimos). Ésta es una película con sus momentos de acción, de entretenimiento directo, aunque austeros, pero yace más sumida en el lenguaje del mejor arte pensante que toma pretextos e imaginación para plasmar ideas mayores, todo en un empaque de sensualidad, música hip hop, modernidad, urbanidad y su toque indispensable de ordinariez para paliar la grandilocuencia intrínseca de la pasión por lo culto.  

The Green Inferno (2013)


Todas las películas de mi lista de terror de éste año apuntaban a la curiosidad, no tanto a la excelencia, eran obras a revisar y a ver con qué me encontraba, luciendo atractivas a priori por sus motivos propios y particularidades, por lo que había posibilidad de hallar películas de mala calidad o pésimas a secas, acotando que la delicia de todo cinéfilo está en su apetito por los descubrimientos, dicho esto hay que agregar que The Green inferno tenía críticas adversas por cantidad, por lo que su estreno en EE.UU. se prolongó, llegando incluso después de Knock Knock (2015), que sin ser maravillosa es mejor película que ésta de caníbales, que es un subgénero del terror, y que tiene su tótem o máximo tope en Holocausto Canibal (1980), una película brutal, salvaje, legendaria, polémica, con un gore realmente contundente (hay un desmembramiento pormenorizado que es un goce mayúsculo para los fanáticos de éste estilo explícito) y muerte de animales en toda naturalidad y detallismo que a más de un animalista ha de torturar, tanto como si la película la viera un indigenista, ya que hay ritos de índole sexual que los hacen ver dignos de la  peor barbarie y atraso cultural. No obstante, la propuesta también acomete contra la misma supuesta civilización, en aquellos exagerados documentalistas que se divierten con el dolor de los indígenas, en una lectura que resulta muy infantil. Holocausto Caníbal es para estómagos fuertes, una película bastante dura y descarnada que puede afectar sensibilidades, pero que siendo precursora del metraje encontrado y ostentando un grado de horror muy alto, mediante una contundente honestidad, dentro de su precariedad, suciedad y descaro, es una obra justamente destacada del terror, por más faltas que uno le quiera encontrar, es un prominente goce para amantes del género, y del subgénero de canibalismo en la selva. No solo provoca más bien hablar de ella, sino de Knock Knock, más que de The Green inferno, que es un filme con actuaciones deplorables, en ello hasta podríamos hablar de homogeneidad, de lo que la protagonista, la chilena Lorenza Izzo, más tarde esposa del director, siendo limitada como actriz llega a sobresalir, aunque en lo particular me quedo con otro chileno, con Ariel Levy, que hace de un líder activista desgraciado que es tan falso e inmisericorde que el contraste entre sus luchas sociales y políticas por la jungla y su subrayada hipocresía no solo es otra calamidad del guion, sino que de lo extremo se hace involuntariamente simpático, teniendo gracia su caricaturización, como la de un lugarteniente caníbal distintivo calvo que lleva siempre un hueso como de quijada de burro en la mano y que es profundamente bochornoso. Ni siquiera la líder caníbal interpretada por nuestra compatriota Antonieta Pari se salva de darle dignidad terrorífica al grupo de indígenas, los que a cada rato se ríen infantilmente de sus maldades y voraz hambre, en lo que pudo ser una comedia de lo ridícula que es, pero como va en serio, uno no puede más que rascarse la cabeza con cada tontería que va mostrando Eli Roth. Es a todas luces un filme de muy baja categoría, uno del montón, con efectos especiales poco cautivantes, tanto como un gore para muertos o principiantes, salvo por una parte en el choque del avión y unos cuerpos que perecen en el tránsito, después todo está desprovisto de algún tipo de audacia, habiendo un suicidio salido de una mente ingenua y harto ociosa en su imaginación, como que aquellas hormigas carnívoras puestas como castigo y los empalamientos yacen desprovistos de la más mínima magia. Hay un desmembramiento con robo de pierna amputada de por medio, por un niño, en que cada ocurrencia es peor que la anterior, como que se haga un preparado de carne humana mientras los demás caníbales esperan su parte como quienes aguardan por el repartidor de pizza. The Green inferno es realmente mala, incluso de las que no llegan ni ahí pero de esa manera entretiene. Mejor ver Knock Knock, que aunque no infringe miedo y uno no compra la lectura de no aguantarse a la metáfora de la pizza gratuita, entretiene en esa idea formal de una malacrianza perversa, de lo que Lorenza Izzo y Ana de Armas funcionan mejor vistas de esa manera, ya que no son Ingrid Bergman, mientras Keanu Reeves luce harto profesional dejando todo de sí sin ser ninguna luminaria. Como dice una de las pintas de las chicas sensuales y torturadoras, dejadas en la casa: el arte no existe, y a eso se aboca Eli Roth en ésta pieza, o sea, a dar un pequeño entretenimiento que no se toma en serio, pero que tiene una buena factura, bastante, para lo que es, en un trabajo tratado con mucha mayor atención, ingenio y delicadeza que The Green inferno.

What We Do in the Shadows (2014)


Mockumentary, de Jemaine Clement y Taika Waititi, sobre la vida cotidiana de 5 vampiros que viven en Wellington (Nueva Zelanda), la que es una comedia de terror de mucha simpatía, con bromas buena onda, en tono ligero pero cuidado, que tiene sus audaces ocurrencias en humanizar la imagen del vampiro, y burlarse de los lugares comunes de éstos seres míticos aplicando una figura de reinserción social a lo contemporáneo. Se divierten en sana ironía, versando en el típico soltero cuarentón, dentro de un grupo de simpáticos, seductores, cool, graciosos, extravagantes, hiper-sensibles, engreídos, camaradas, y uno, Viago, más remilgado de la cuenta (que tiene su propia historia a lo Titanic, 1997, cómica). Estos compañeros de vivienda irán desentrañando a la cámara su particular forma de vida, como invitar tallarines a su víctimas por preámbulo y hábito, practicar la tortura o escenificar bailes a los amigos (así, en el mismo saco), seducir a humanos para que sean sirvientes a cambio de promesas de eternidad, ver por la popularidad (véase la sub-trama de La Bestia) o ir a fiestas y discotecas a divertirse, en alegato de integración entre especies de horror, enfrentando a los hombres lobo de paso. Conviven con la humanidad, a la que no desprecian, pero deben lidiar con sus apetencias y sobrevivencia, más marcada en el milenario Petyr que luce como Nosferatu (1922).

Enterrando a mi ex (Burying the Ex, 2014)


Comedia de terror ligera, pequeña y simpática, del maestro del terror Joe Dante, que tiene obras memorables como Aullidos (The Howling, 1981) y Gremlins (1984) que si uno espera fuegos artificiales en una película suya mejor volver a verlas que ver ésta. De muestra dos escenas legendarias: ese hangar con toda la tropa de hombres lobo del lugar a punto de salir enfurecidos de cacería contra sus descubridores; y la de toda la pandilla de los Gremlins en una sala de cine disfrutando frenéticos de Blanca nieves y los siete enanos. Enterrando a mi ex es una propuesta más bien humilde, que entretiene lo justo únicamente, en la historia y leitmotiv irónico de no saber terminar con una pareja, aquí convertida en zombie tras una promesa de amor eterno hecha de momento, casualmente escuchada por un objeto demoníaco cumplidor de deseos. La ligereza es formal en el filme, no solo estructural, sino argumental y en su lectura cómica, pero consiguiendo ser bastante fluida y bien contada, mediante protagonistas básicos. Max (Anton Yelchin) que atiende en una tienda de juguetes de terror y es amante del cine del género deberá lidiar con la resurrección de la autoritaria y exigente Evelyn (Ashley Greene) que es una ambientalista, de lo que Dante se mofa haciéndola antipática en su fijación hacia la salud, a comparación del amor ideal que representa la dulce, relajada y cool Olivia (Alexandra Daddario) que vende malteadas híper calóricas y lo único que busca es estar con alguien agradable y común sin mayores problemas, en la que es un ente de juventud pura y llana, como pretende toda la película. Vemos hasta a Max movilizarse en una patineta con timón que lo hace ver medio nerd. Es una historia con poco terror, pero tiene de filme bien cinéfilo, de culto al cine B de horror. Max no sabe qué hacer con su ex, ella no entiende terminada la relación, aun muerta, ni siquiera Evelyn está del todo consciente de su posición de zombie y de su extrañeza en el mundo, aun cuando se tiene por una grata persona, aunque suelen dejarla por imponer sus reglas, aun teniendo un plus de que es muy sexual, por lo que hay varias bromas al respecto. Es una película para reírse, en tono tranquilo. Dante perpetra ocurrencias con gran oficio.

Tales of Halloween (2015)


Ésta es una antología compuesta por 10 cortos con un máximo de 10 minutos de duración cada uno, de los que hay que decir que tienen cohesión como grupo, en cierta notoria similitud narrativa y hasta argumental en medio del truco o trato y del contexto del suburbio americano, una buena factura y sobre todo en contener mucho sentido del humor e ironía bajo el espíritu del hombre medio, en la mezcla de jovialidad juvenil y la madurez en las formas. El mejor relato es Friday the 31st, de Mike Mendez, donde un Jason Voorhees o un asesino del hacha monstruoso halla su némesis en un pequeño y risible extraterrestre ofendido, surgiendo un festín gore. Le sigue This Means War, de John Skipp y Andrew Kasch, que es audaz como premisa, aunque la ejecución es pedestre, en la lucha de dos vecinos que tienen su propio estilo de conmemorar Halloween, exhibido en su patio y en la decoración por la celebración, uno es la conjunción del heavy metal y el gore, el otro todo lo que conlleva lo clásico, de lo que el fastidio mutuo se apodera de ellos. Entre los integrantes del conjunto hay tres nombres famosos, digamos, Darren Lynn Bousman (Saw II, III y IV), Lucky McKee (May, The Woman) y Neil Marshall (The descent), pero sus historias no son particularmente especiales. The Night Billy Raised Hell (Bousman) presenta al diablo mismo representado en un vecino poco querido quien se encarga de escarmentar a un niño travieso, de lo que en realidad es más mala suerte que castigo justo. En Ding Dong (McKee) una bruja interpretada por la seductora Pollyanna McIntosh (The Woman), de amplios e ineludibles pechos (a cada rato se los acomoda), quiere un niño, pero sus intenciones no son probas con éste, y al no tenerlo tortura a su heroico marido que se cuida de no complacerla en dicho pedido, habiendo una lectura muy sarcástica, y estilística, más que un cuento entretenido. Bad Seed (Marshall) hace que un experimento traiga como consecuencia que una calabaza se vuelva una homicida, para lo que una detective bastante seria, como el estilo narrativo, se encarga de las pesquisas. La antología peca de imperfecta, como de nadar en aguas conocidas, tener cierto background ñoño o poseer algún remate poco digno o nada original dentro de su composición, pero cada relato a la vez tiene su gracia y encanto, con los que muchos se han entusiasmado.