viernes, 24 de febrero de 2017

Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge)

La vuelta de Mel Gibson al perdón y aceptación de Hollywood es una película que defiende la guerra, que proclama la necesidad de ir a luchar a una, para salvar a los niños y a las mujeres de nuestro país, nos dice un diálogo, que completo, de la opresión y el abuso del enemigo dominador, que uno puede substituir pensando en American Sniper (2014), viendo como niños y mujeres son empujados a acciones de defensa contra los invasores y caen muertos por el francotirador. El filme es una apología a la guerra y un tributo al soldado americano, específicamente al de La Segunda Guerra Mundial, y más a fondo, en la escalada de Hacksaw Ridge, en la batalla de Okinawa. Todo apuntaría a una película bélica más, enarbolando lo habitual, nacionalismo y justificación, no obstante el ingenio de la película de Mel Gibson se basa en unificar la guerra con la religión, con el humanismo, con la sensibilidad por no matar. Es decir, hacerlos compatibles, y justificar doblemente las acciones bélicas, y esa forma terrible de asesinar, que Gibson sabe muy bien retratar de forma brutal, sin dejar nada a la imaginación.

La guerra, lo horrible de morir y matar queda retratado fielmente –con su toque de humor, otro de exageración y un potente anhelo de entretenimiento- en la película, habiendo largas y variadas exhibiciones de combate (como media película son las recreaciones pormenorizadas de los combates), asumidos en el gore y en la explicites más liberal, viendo cómo se salen las vísceras, surgen incansables mutilaciones, sangre por doquier, escenas de todo tipo de destrozo sobre el cuerpo humano. Por ese lado sabe uno a lo que va y el patriotismo y el heroísmo queda fehaciente, al mismo tiempo que el miedo queda relegado en la obra de Gibson.

Lo inteligente de la propuesta es justificarlo del lado de lo humano, del miedo a ir contra Dios, y quedar bien con matar al prójimo, como versan las religiones y el ideal, y la que más se adapta al lugar es la religión de nuestro protagonista, el médico y primer objetor de consciencia medalla de honor en combate Desmond Doss (Andrew Garfield), quien en realidad existió y es un héroe total, que en el filme llegan hasta santificarlo –hay una escena de elevación muy clara al respecto- y a convertirlo en el guía espiritual de la guerra para sus compañeros americanos, que sí usan las armas convencionalmente, mientras él simplemente salva a los heridos, no solo como médico, sino en una acción especial, algo sobrehumana, que puede sonarnos fantástica e irreal. De hecho hay su buen toque de maquillaje y cine, pero eso no le quita un ápice histórico a la valentía y excepcionalidad de Doss. La religión que sirve para adecuarse a la guerra es la Iglesia adventista del séptimo día. Doss va a la guerra sin usar armas, ni matar a nadie, cuando los japoneses son retratados como militares radicales, casi locos, no tienen humanidad, son simples entes para reflejar al enemigo que había que combatir y destruir, otro punto de concordancia con la idea clásica de retratar la guerra en el cine americano (al otro lado están los salvajes), que la notable Cartas desde Iwo Jima (2006) no acataba y se mostraba generosa, real y más humana.  

En el filme hay una jugada maestra, se habla de tolerancia, hacia este soldado que no quiere matar, que se niega a usar un arma, pero siente una necesidad de participar en la guerra, pero, claro está, sirve también para esa otra tolerancia a perpetrar y defender la guerra. Lo cual es la audacia del filme, esta conjunción y convivencia. El resto es entretenerse con la visualidad de Gibson, que es todo un showman con el gore de los combates.

El filme empieza enseñando el hábitat de Doss, con un Andrew Garfield haciendo de joven maduro y bondadoso con cara de niño bueno y tonto perpetuo, sumándose un enamoramiento tierno, pero con menciones al divertimento de la sangre, el que tanto gusta al hijo prodigo Mel Gibson. Muy bien la guapa y dulce Teresa Palmer como la novia de Doss. También decir que Garfield proyecta más cuando ya queda involucrado en la guerra. Vince Vaughn como el sargento Howell, el entrenador del ejército, cumple, no lo hace mal, pensando que total nunca nadie superará la figura y recuerdo del Sargento e instructor Hartman (R. Lee Ermey) en el cine. El que sí merece mucho más respeto y luz es Hugo Weaving que hace del alcohólico, abusador familiar y ex –militar con trauma y dolor existencial Tom Doss que termina comportándose decentemente más tarde. Lo que uno puede notar del filme de Mel Gibson es que utiliza las ideas manejables y aceptables de la guerra, y arregla los errores de una película como American Sniper (2014). Gibson es entretenido, pero nunca barato.