sábado, 19 de noviembre de 2016

Territorio

El poeta vanguardista Henri Michaux viajó por barco a Ecuador en 1927 y escribió un diario de aquel viaje dos años después, de esto se vale la directora ecuatoriana Alexandra Cuesta como punto de partida para hacer su propio viaje y (re)encuentro de su país, cruzando el océano, la montaña y la selva nacional. Cuesta estudió en el Instituto de las Artes de California (CalArts) y tuvo de profesor a James Benning, director de cine experimental, paisajista y underground, y se nota su influencia en esos encuadres fijos de la cámara y por la fragmentación como exhibición del presente documental, aunque no sea un filme abocado al paisaje o a los escenarios sino más bien busque el retrato de la propia gente, de los ecuatorianos, desde las capas más humildes, enfocándose en sus expresiones naturales, pasatiempos y dedicaciones, simplemente observamos gente en su vida y habitad cotidiano. Contemplamos personas en la playa, en la excavación de un hueco o en una discoteca, en un sinfín de lugares sencillos, como tan sólo ver a una familia sobre la cama con la televisión encendida o mirar a un ser anónimo estar en un cuarto sin luz meciéndose en una hamaca.

Los lugares son filmados dentro de una reducción hacia lo más elemental y mínimo, como algo secundario, lo central es la humanidad y la llaneza de los retratados, muchas veces es sólo una persona con un objeto entre manos (una guitarra, un juguete), o únicamente alguien sonriéndole a la cámara, o notándola en un cuadro fijo e ir a cruzársele, sintiendo curiosidad, rubor, entusiasmo o inquietud de ser filmado. Presenciamos el territorio, pero invocando a la gente como tal, al pueblo, desprendiendo universalización, donde el gesto natural y más sencillo nos abraza, recibe y une. Es sentirse parte o no de éste territorio, cómo perspectiva de qué forma nos definimos, en lo cual se debate de cierta forma la directora. Sin embargo a todas luces se trata de un querer ser parte de, de hallar o tener coincidencias, igual que de sostener nuestro origen, a través de un territorio sentimental con los “extraños”, con nuestros paisanos, desde un mundo feliz, en donde ver a una bella mulata pelar con los dientes un pedazo de caña de azúcar y comer es la puerta a dicho idilio.