lunes, 14 de noviembre de 2016

Elle

El holandés Paul Verhoeven es un director muy querido por cantidad de cinéfilos (los de en serio), por lo que no sorprende tan buena reacción ante su último filme, haciendo un largometraje después de 10 años, que aparte de ello es una obra notable, con una película que en gran parte del metraje parece no tener mucha lógica. Una mujer exitosa e imponente ya de cierta edad pero aun atractiva es violada en su casa, en lugar de denunciarlo a la policía decide guardar silencio (producto también de su herencia criminal), tomárselo con calma, simplemente cambia las chapas de las puertas. Los ataques –hasta psicológicos- se sucederán, pero la trama tendrá un giro bastante audaz, en lo ultra feminista. La mujer poderosa (una espléndida Isabelle Huppert) convertirá la repetición de la violación y la violencia, el posible trauma, en una relación de deseo y autoafirmación extremo, propia de un sadomasoquismo bruto, tomando control de la situación, para luego hacerse cargo a su modo de todo el planteamiento loco que propone en mayoría Verhoeven, lo cual termina cogiendo lógica conjunta y triunfando.

Isabelle Huppert interpreta  a una arpía en toda hegemonía, la que engaña y traiciona a sus amigos/as con harta superficialidad; su sensualidad y apetito carnal no mantiene cortapisas, lo mismo pasa con sus familiares, pero con cierta inocencia. Es de mano dura en su trabajo, siendo una empresaria del diseño de videojuegos que se sabe manejar muy bien frente a la efervescencia y el arrinconamiento de la juventud (como pasa con el propio Paul Verhoeven, que a los 78 años hace una película fresca, libre y osada, una obra actual, más allá del año de realizada y de la edad). Michèle Leblanc (Huppert) mantiene vínculos con su ex marido, un escritor medio perdedor, al que aun manipula y maltrata, pero ayuda. Su hijo es la parte estúpida del filme, trayendo comedia de poca importancia con la infidelidad tacita de su fácil y vulgar mujer. Verhoeven hace gala de humor grueso, de burla notoria, que se pueden asumir como actos de cierta intrepidez autoral.

Isabelle Huppert luce físicamente y por expresión siempre sofisticada,  se le interpreta de un poco soberbia, tiene un look y un aire esnob, pero es una falsa apariencia salida de su elegancia, ya que como actriz da todo en el filme de Verhoeven, luce apetecible, vulgar, se entrega a lo absurdo, al humor grueso, a la irreverencia, a la sexualidad, a la brutalidad, y no teme el ridículo. Huppert debe ser una de las mejores actrices actuales, y no solo una filmografía con cantidad de grandes autores en su haber, y en esta película afirma totalmente su lugar, realmente brilla.

La película es de notoria incorreción política y de cierto riesgo. Inicialmente puede ser chocante la situación de los abusos masculinos y la reacción del filme frente a ello, luciendo un quehacer ligero, pero  al fin del metraje la perspectiva argumental se verá con mejor opinión (aunque aún discutible). Estamos ante un filme ultra feminista, donde prima que Huppert no es una blanca paloma, tampoco el sexo débil ni una víctima, sino una heroína bastante poco convencional y muy poco ideal, pero al fin y al cabo una mujer del nuevo siglo o tal cual muchos/as lo pretenden, dura, fría, calculadora, que maneja todo a su regalado gusto, una mujer que está por encima de los hombres, que no se deja amilanar ni por la peor experiencia, dentro de un cuento oscuro, perverso, idéntico a  esta mujer omnipotente, que no teme la corrupción, que no tiene imposibles, ni nada la va a detener. El resto, el mundo, se rinde –o debe rendirse- a sus pies.