domingo, 4 de septiembre de 2016

El delator

Maravillas como My Darling Clementine (1946), Tres padrinos (1948) y El hombre que mató a Liberty Valance (1962) le pertenecen al director de esta propuesta, al igual que películas celebradas como Las uvas de la ira (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941) o Centauros del desierto (The Searchers, 1956), entre otras, al gigantesco John Ford. El delator (1935) ganó 4 premios Oscar, mejor director, mejor guion para Dudley Nichols, mejor banda sonora para Max Steiner y mejor actor protagónico para Victor McLaglen.

El filme se ubica en los 1920s con la búsqueda histórica y real de la independencia irlandesa contra los ingleses en manos de un ejército revolucionario, el ejército republicano irlandés, de lo que el contexto es bastante escueto, funcional, uno muy práctico y directo como lo es el cine de John Ford en general, lleno de intensidad, observando que el filme luce en mayor parte histérico, en el buen sentido de la palabra, acotando que ésta condición suele ser insoportable en la mayoría de películas, más no sucede esto así en la presente, aunque sí que produce un estado constante de tensión e inquietud, donde Gypo Nolan (Victor McLaglen, que también está espléndido en El hombre tranquilo, 1952, quien es lo mejor de ese filme, con perdón del legendario John Wayne), un tipo enorme, fuerte y rudo, harto primario (suele resolverlo todo con los golpes), aunque de buen corazón, al estar hambriento, desempleado y maltratado por la mujer que ama y lo ama, aparte de verla a puertas de prostituirse, se ve empujado por la subyugante necesidad, un estado de oscuridad y la falta de meditación a delatar a un amigo cercano y revolucionario buscado por los ingleses, a cambio de 20 libras, que para la época era un dineral.  

El viacrucis de Gypo Nolan no solo es la adaptación de la novela “El delator” del irlandés Liam O'Flaherty, también se inspira en la biblia, en la vida de Judas, como en los Tres padrinos (1948) en los tres reyes magos, apuntando de que la mayor parte de la obra de John Ford siempre suele tener presente la palabra y respeto por la biblia, como el modo de vida a esa vera, pero no solo es eso, desde luego, está la imperfección de todo ser humano, las “licencias” de la existencia, y la libertad y el error, como sufre Gypo, traidor que padece el sentimiento de culpa que no lo deja en paz, mientras miente y se escurre de ser ajusticiado por su grupo que yacen persiguiendo al posible soplón por temor a la destrucción de su organización (es él contra nosotros se suele decir cómo estribillo, mismo virus, teniendo al miedo como factor), de lo que se muestra un paralelismo con el líder de los rebeldes, Dan Gallagher (Preston Foster), y su amada, la hermana del sacrificado, del delatado, con la mujer de Gypo, Katie Madden (Margot Grahame). Todo lo que presenta un cuadro complejo de emociones, mezclando las necesidades con los afectos.

Gypo en todo el filme se dedica a beber y a dilapidar su dinero invitando a todo el mundo, hasta a algún personajillo secundario con intenciones de aprovechar el dinero ajeno que provoca el humor habitual de Ford, de lo que Gypo se hace notar torpemente (¡tiene mucho dinero!, ¿de dónde lo ha sacado?, contabilizan sus gastos, circula el deseo de ajusticiamiento, de venganza, se opone la mirada que lo huele como un desgraciado, un sucio traidor, hizo que muriera un amigo, un compañero), pero en el trayecto Gypo muestra su gran corazón en contraste con un acto negativo desesperado e inconsciente, llegando a ayudar a una prostituta para que vuelva a su casa (otro punto del cine de Ford es la mirada indulgente y afectiva hacia las prostitutas).

La organización sospecha desde un principio de Gypo y hay en el grupo quienes no lo quieren y desean matarlo de inmediato, pero Dan como líder justo se opone y decide mandar a averiguar, para él es solo una necesidad y obligación eliminar al soplón. El tiempo corre –dentro de un magnífico ritmo- creándose a ese respecto una ansiedad en el espectador para con el protagonista al ver y sopesar -como en un filme de Hitchcock- las circunstancias y el escenario en todo calor y exposición, el fin que acecha al que pierde el tiempo y se deja ver.

El imponente Gypo con la conciencia intranquila, bruto como es, con su rostro preocupado en todo momento, emocionalmente escapista, explota la vida al límite, en una sola noche, tal como un tipo condenado al paredón, atinando solo a emborracharse, a pelear a puño limpio como reflejo y a no tratar de pensar, dejándose a la suerte, olvidando incluso buena parte de las necesidades que lo impulsaron. En ello Ford pone continuos destellos de culpa, en el cartel de la recompensa.  Victor McLaglen se revela como un tipo llanamente expresivo, repetidamente compungido y llorón, igual al monstruo de Frankenstein apreciando la repulsión de la multitud y el peso de su propia brutees. Mientras tanto la familia del delatado y supuesto cerebro Frankie McPhillip (Wallace Ford), muerto idéntico a un noir, es una familia bíblica.