domingo, 10 de julio de 2016

The Second Night (La deuxième nuit)

El documentalista belga Eric Pauwels le dedica ésta elegía y pleitesía a su madre, muerta a los 89 años, de la que nos indica le dio las grandes pautas de su vida. Tiene por título “La segunda noche” por la individualidad que dice el director le da toda madre a su hijo al segundo día, cuando queda solo el recién nacido por primera vez, dejándolos con una soledad y cierta tristeza que se cargará por siempre. Con ello su madre le enseñó el sentido e importancia de la libertad y la personalidad, a partir también de que ella por el machismo de su época no tuvo tantas posibilidades de elegir, reconociendo un matrimonio equivocado el cual no pudo eludir a la hora de la verdad, producto de la presión social, familiar, tener todo preparado, y por la dependencia femenina de un hombre, del que se deja ver le fue lejano y rígido, fue un militar al que el filme poco o casi nada nombra, como si hubiera sido una sombra y un peso para ambos. Por otro lado el director y autor de éste en su mayoría largo monólogo, que es ésta propuesta, con su omnipresente explicativa voz en off (pero necesaria al tipo de imágenes utilizadas, algunas fusionadas entre sí y con efectos técnicos), comparte que su vocación como cineasta nace del silencio frente a no poder hallar respuesta al dolor del llanto enigmático de su madre.

El filme es ésta entera relación, muchas veces demasiado emotiva, pero entendiblemente diáfana, que se va atemperando para bien, rendido a la figura materna, anclada fuertemente a un nexo infantil idealizado, como cuando se dejan ver esos quehaceres cotidianos maternos compartidos, tal cual observamos en la representación de madre e hijo lavando simplemente los platos en un desenfoque, y que él llama un punto álgido de felicidad, así sin más, tan solo acompañándola, como que existe semejante sentimiento en la promesa de hacerle una película.

Las imágenes en éste documental vienen a ser secundarias, incluso algunas lucen banales, o medio arbitrarias, por sí mismas, pero yacen revestidas de afectos, más allá del archivo fotográfico o del video familiar (se elude de cierto modo las figuras de los protagonistas o hay pocas imágenes de ellos en el filme, como quien remite más bien a nuestra humanidad general), a pesar de que lógicamente las imágenes señalan el producto como cine, en un aspecto básico. Se trata de la palabra traspasada al séptimo arte, en buena parte implica imágenes precarias, gaseosas, pero que toman forma en la explicación, o dígase artísticas en su composición, en la creación que nace de una representación entre voz en off íntima y personal e imagen cualquiera.

El uso de la imagen creada para el filme se discute, se parte de la dificultad de hallar imágenes como la de una araña en su red, pero no solo por precisas, sino se deduce porque deban concebir nuestro mundo interior, y, para el caso, familiar, de lo que el director llama a las imágenes creadas de mentiras verdaderas, al darles su propia condición. Vemos como utiliza títeres para narrarnos su personal idiosincrasia, contándonos anécdotas como la de las tijeras, que remiten a defender nuestros pensamientos, otra manera práctica que le trasmitió su madre de definir la libertad, la honestidad e individualidad de la que tanto se siente identificado en su profesión y existencia el realizador. Tal cual se aprecia igualmente en el desenfoque y la visualización de una lujosa y simple silla, o en los adornos de budismo, cuando la madre gustaba de sus sonrisas, aludiendo una mente positiva al final de todo, de quien entendemos un rol ejemplar. Participamos de una narración culta, pero amable, expuesta con sencillez, vivo retrato de la despedida que arguye(n) y se escoge en el filme, la de un grupo de músicos jóvenes tocando, caminando y alejándose.