jueves, 7 de abril de 2016

¡Salve, César! (Hail, Caesar!)

Ambientada en los 50s, en la edad de oro de Hollywood, con el Macartismo y la guerra fría de fondo, donde la figura graciosa del filme dibuja a los comunistas nacionales como unos fanáticos secuestradores, en pos de reivindicaciones sociales e ideológicas de los trabajadores tras bambalinas, de la cadena más baja del cine, todo en un tono de intrascendencia, exageración, burla sofisticada, deformación, habiendo un mínimo de autocrítica en general, porque ese no es el sentido, sino bromear con la fe –véase esa consulta revoltosa, inocua y boba a jefes religiosos-, la política, lo social y la industria del cine.

Los secuestradores son una banda de intelectuales sentados a conversar con sus “victimas” en una bella sala en medio de bocaditos, suma amabilidad y un diálogo interesante pero dentro de un aire banal y cómico. Se llevan a la estrella Baird Whitlock (George Clooney), para pedir un cuantioso rescate, búsqueda que estresará y le romperá la cabeza al héroe del filme, el productor Eddie Mannix (Josh Brolin), quien es el adalid de la buena reputación de actores, directores y protagonistas de su Compañía Capitol Pictures (los extras no cuentan, además de perpetrarse peligrosos por ser anónimos en todo sentido, dicho sarcásticamente en el filme).

El trabajo de Mannix consta de inventar historias felices evitando el escándalo de la prensa (por las anodinas gemelas interpretadas como caricaturas por Tilda Swinton). Mannix hace de cierta forma de matón, u hombre fuerte y duro, aunque religiosamente vaya a confesarse casi a diario (¿hipocresía?, ¿verdadero sentido de culpa?). No obstante entendiendo que su labor es la de plasmar un Hollywood impoluto y familiar, imponer lo correcto, el llamado del Señor (el filme juega con las posturas “contrapuestas”), pensando que se tiene entre manos algo más allá de lo tangible y superficial, la ambición y lo glamoroso, tal cual detrás de la ilusión yace la imperfección y la vulgaridad terrenal, esa que debe ocultarse.

Ésta propuesta queda bastante curiosa y original con la imagen directriz de un productor heroico, en realidad un verdadero antihéroe, aunque pasado por agua tibia. Mannix tendrá que luchar contra una banda de comunistas patrios salidos del cine, en la lectura oficial de los 50s, de quien no se toma nada en serio, mucho menos reivindicación alguna; lo que implica ese submarino (no eran malos tampoco, nos expresa cierto ridículo) y esa “inocente” caída del maletín, de lo que revolotean algunas ideas, ¿importa/importó la causa?, ¿quién tiene la razón?, ¿existieron esos malvados opresores?, ¿lo es el familiar, laborioso y preocupado Mannix? El cine es muchas cosas, claro; también humor negro.

Hail Caesar! (2016), de los hermanos Coen, es como metacine un grito irónico de subordinación. Cuenta una historia bíblica, de manera libre, un relato muy parecido al de Ben Hur (1959), donde un líder romano, interpretado por (el impresionable) Baird Whitlock, se topa con la luz en su encuentro con Cristo, y de paso con la ideología del socialismo que articulaba el hijo de Dios, con unas reivindicaciones que pasan por el tamiz de la ironía del capitalismo que incluye al cine en el sistema, que como dice un diálogo descarado, pero conocido y auto-paródico, no es la búsqueda del arte y lo bello, sino los millones que hay detrás lo que importa. Sólo hacen falta un par de cachetadas para despertar del alma social a quienes tienen el deber de simplemente entretener y portarse como gente iluminada por la fama (a la vista del productor de antaño), dibujándose supuestamente intachables, únicamente atendiendo a la magia en el ecran.

Ésta magia la vemos en la deslumbrante danza marina de una sirena, en manos de la rústica en la realidad DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), que luce acompañada de una interpretación digital, vista la perfección y fantasía acrobática de la escena; o en ese baile más realista, entretenido y audaz en los marinos apunto de zarpar y no ver mujeres por un buen tiempo, a la cabeza de otra estrella, Burt Gurney (Channing Tatum), de lo que resulta una imponente estética dancística, un musical harto divertido, típico contagio de alegría (cuando hay muchos musicales en el cine que dan sueño), representado satíricamente por unos marineros medio brutos (rompen todo a su paso), pero a la vez dejando sospechar en risibles roces rítmicos homo-erotismo.  

Una sub-trama que hallo de relleno, pero puede tomarse como afirmación de ese encanto en el cine –que llega a tener el propio filme- y desilusión en la vida real que maneja toda la película, es con el vaquero y promesa Hobie Doyle (Alden Ehrenreich, que actúa muy bien), haciendo de un actor inepto, aunque tremendo hombre de acción, que parece sacado de ser doble de algún western, y puede estar imitando a John Wayne, a su lado más bruto y mítico, tanto como las gemelas Thacker parecen referir a Hedda Hopper, periodista amarillista y Macartista.