martes, 5 de enero de 2016

Yakuza Apocalypse

Nuestro héroe recibe un mensaje encriptado que revelado dice: sigue al absurdo, y eso mismo hace nuestro director de culto en su tipo de trascendencia, Takashi Miike, fiel a su lugar en el mundo, el de maestro de cine fantástico, de acción y de terror, que es lo que justamente nos trae ahora, una mezcla de todo ello, donde vemos vampiros, yakuzas y artes marciales reunidas en una película disparatada. Estamos ante uno de sus mejores filmes, ya que siendo tan prolifero hay que saber escoger dentro de tanta oferta e irregularidad.

Un gánster, Genyo Kamiura, que tiene la ideología de cuidar a los civiles, hacerse querer por la gente común que no profesa la violencia (cosa que cambiará en el pueblo, con el llamado de una epidemia vampírica que transforma a todo el mundo en yakuzas, o sea armas brutales de matar), y que solventa su carácter de indestructibilidad y leyenda tras su escondido vampirismo, es traicionado y muerto por un dúo extravagante tras una capitana de su banda criminal, un especie de cura oriental colonial de cuello cervantino y crucifijo en el cuello, y un experto en artes marciales interpretado por Yayan Ruhian en una figura medio geek. Kamiura acompañado en dicho momento clave por un fiel servidor llamado Kagayama (Hayato Ichihara) querrá ser vengado por lo que lo convertirá antes de desaparecer definitivamente del panorama.

La propuesta es por una parte como esos sencillos filmes de luchas marciales donde no hay más que enfrentar y eliminar a expertos enemigos en forma grandilocuente para resarcir un mal evidente (de lo que Miike luce su propio lenguaje, todo su eclecticismo y anarquía, por algo es junto a Sion Sono, quien lo supera, un cineasta pico –genio- y sólido del séptimo arte más extravagante de su país), ésta vez se trata centralmente de la misión de un ronin por la muerte de su líder –ya que hay varias líneas, algunas balbuceantes e insignificantes, y reina cierto caos narrativo-, contra unos matones con alguna mítica o destaque físico, en lo que Miike simplemente plantea el humor descabellado, la locura y el entretenimiento más irreverente sobre estos haciendo que el gran rival en la trama sea lidiar con un ente de poderes sobrenaturales disfrazado de rana, en un traje de peluche verde como del tipo de promoción de algún producto comercial.

Casi se trata de una pelea de todos contra todos, entre disparos, vistosas luchas a puño limpio (alguna clásica, pero no es al fin ese tipo de película), explosiones, mutilaciones, decapitaciones y las infaltables mordeduras de vampiro yakuza, habiendo varios cambios de bando, y un tira y afloja entre el atropello y la defensa de la gente ordinaria que se revela de armas a tomar –ya lo dice el estribillo de una de la lecciones del filme, que es mejor dar literalmente un golpe, exteriorizar la ira, que sufrir internamente por no hacerlo; Miike no es que sea un filósofo, es solo un cinéfilo loco al que disfrutar sin tomar en serio- como en un notorio comic donde cualquier suceso extraordinario puede pasar por normal, en que no hay lógica alguna, porque Miike hace siempre lo que le da la gana, y por eso lo quieren tanto sus fanáticos. 

El nivel de reto en combate irá subiendo, como se estila, tomando un derrotero inimaginable, con lo que uno se pregunta con cara de eterno sorprendido, a ratos temeroso, ¿Cuánto demorará en aparecer  tontería de la mala o hechos carentes de verdadera gracia en pantalla?, pero felizmente en esta oportunidad más son los aciertos, bajo el intrigante ¿qué va a pasar luego?, mientras sucede el ¿cómo venceremos a ese prodigio raro e imposible del combate? de lo que, claro, toma en el autor japonés hasta la idea del ridículo, y es que todo vale, hasta esperar un ataque a lo Ultraman, en un al diablo toda regla convencional, el mainstream, el lugar seguro, la coherencia, por algo se cita al apocalipsis diría más de uno, sin embargo se ve que Miike ha tenido un cierto orden narrativo y explicativo, algo de buen gusto que antaño, alguna contención de ese genio muchas veces autodestructivo, como en ese sueño e ironía de querer sembrar inocentes civiles, en la imaginación de uno niños bajo el arco iris, mientras los sesos convertidos en un líquido lechoso van escurriéndoseles por las orejas a una protagonista, en toda una declaración de un tipo de entretenimiento, dentro de la rebeldía de culto que profesa su carrera.