sábado, 2 de enero de 2016

The Hateful Eight

Todo filme de Quentin Tarantino es una celebración del entretenimiento, despierta fanatismos, y también por supuesto rechazos. Yo me coloco en la línea de vitoreo hacia su séptimo arte, porque realmente uno se la pasa bien con sus filmes, aun siendo tan largos. Éste dura casi 3 horas, pero lo valen y vuelan ya que son tremendo divertimento, y éste western no es la excepción, aunque luzca rabiosa y descaradamente misógino (trapea el piso con la actriz Jennifer Jason Leigh), ultra violento y no le faltan los apelativos de negro que afectan sensibilidades en su país. Más claro no puede ser, a Tarantino le importa un bledo la corrección política, al igual que la intelectualidad. Lo suyo es entretener a las masas de forma gloriosa, vibrar en la rebeldía inocua contemporánea, cargándose de furia e irreverencia, de lo que a Tarantino le sale un marcado lado afroamericano en la presente película. Lo suyo es en un ecran que lo aguanta todo, y no necesariamente es lo que uno anhela allá afuera en lo real, como es el caso que todo el conjunto nada en lo repulsivo y la amoralidad, pero como es entretenimiento, ficción, una trama a capturar nuestra atención más superficial, uno no se lo toma en serio y simplemente se deja llevar por el delirio, aparte de que como siempre posee un gran guion que distingue al producto de la mayoría. Dicta una cierta vulgaridad que festeja como retribución y reivindicación de los afroamericanos, como vemos en aquella historia del sexo oral en venganza hacia un masacreador esclavista, que no resulta una escena memorable, porque la llaneza de éste mal gusto pega a un punto, pero a muchos les va a parecer jocoso, audaz y desfachatado.

De los ochos odiosos primero lleva la batuta Kurt Russell como el cazarecompensas John “El ahorcado” Ruth en una etapa donde todo gira alrededor de una diligencia moviéndose en la nieve, quien transporta a la rustica, lengua larga y perversa asesina Daisy Domergue, interpretada por Jennifer Jason Leigh, que deja todo en la cancha y tan maltrecha se gana -fuera del discutible “mensaje”- su nominación a los Globos de Oro 2016. La lleva ante la ley para ser como dice el sobrenombre ahorcada, teniendo sobre ella un trato muy plano y bruto (viendo que varios personajes están dibujados por la vulgaridad y lo primario, lo cual tiene de realismo, aunque también sean capaces de conmoverse, tener algún respeto y sentir admiración como con la pertenencia de una carta del presidente Lincoln). En el camino en plena ventisca recogen a dos individuos con los que el filme se reparte el mayor protagonismo, uno es el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un ex militar del ejército vencedor de la guerra civil americana, convertido en cazarecompensas; y el otro el nuevo sheriff, Chris Mannix (Walton Goggins), que va a recibir el cargo, dentro de una performance que resulta cierta sorpresa.

La diligencia se detendrá en una mercería y ese es todo el escenario y contexto de la propuesta, mayormente a puertas cerradas, donde yacen cuatro sujetos, los otros 4 odiosos, descontando al chofer de la diligencia, interpretado por James Parks, que tiene poca injerencia en el relato y el apelativo de odioso le queda lejano o grande, ya que luce inocuo, en comparación de la vistosa maldad, participación intensa y putrefacción física del rol de Jason Leigh. Entre estos cuatro odiosos el más llamativo o digamos que más laborioso en su argumento aunque casi no se mueva de un sillón es el viejo general confederado Sandy Smithers (Bruce Dern), que yace acompañado del mexicano Bob (Demian Bichir) que no tiene la más mínima gracia en su figuración. No obstante está bien actuado como el administrador temporal de la mercería, y no le faltan sus buenos diálogos, marca de la casa, como todos los portan, siendo harto conocido de que Tarantino llena sus filmes de conversaciones y extensos párrafos verbales superficiales, pero a la vez interesantes, cáusticos o curiosos, tal cual ráfagas de metralleta, que son tan animados, frescos y ricos como narrativa, que en lugar de caer en la verborrea abrumadora, más bien cautivan, son parte importante del placer general. Otro odioso es el inglés y supuesto verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth) que tiene su audacia en la elegancia y manejo de la dicción, como lo hace Bichir en el lugar común; y por último tenemos a Joe Gage (Michael Madsen) que hace de su personaje eterno, un tipo rudo, temido, ruin, cruel e impredecible pero que tiene la ironía de decir de que las apariencias engañan postulando de que en realidad es del tipo que da un largo viaje para visitar a su madre, o sea un ser noble.

En ese contexto esperamos que el agua hierva, surja algún pretexto y empiece a acaecer lo ineludible, dentro de la mayor sencillez en los motivos, pero que estriba en el genio de como lucen las acciones, que hasta Channing Tatum puede pasar por Tarantiniano con apenas un diente defectuoso, como lo hiciera antes con Brad Pitt, aunque el rol resulte en parte más funcional que creativo en sí, en donde el guion, claro, gana de otra forma. Es entonces que esperamos que empiecen a matarse entre sí, a estallar el gore más sanguinario y una gran anarquía visual; aguardamos impacientes de más y apoteósico entretenimiento, que siga asomándose la crueldad a razón de la sobrevivencia e interés más pedestre (una gracia es que no hay medias tintas para matar en el acto, saltándose ciertas convenciones de consciencia, los personajes en ese aspecto son siempre excesivos), con la previa de una interrelación constantemente indagatoria que llega a un envenenamiento y hay que buscar al culpable, al puro, bien conocido y clásico estilo de Agatha Christie, pero sumergidos en el genio e intrepidez del siempre finalmente distintivo Tarantino que consuma muchos giros en la trama y una estructura narrativa de cierta creatividad, bajo una noción aventajada del ritmo y un trato totalmente irrespetuoso con sus criaturas, en que a ninguna le perdona nada bajo la noción de ser detestables, empujando todo el cuadro al límite en las condiciones menos glamorosas y desmitificadas con lo cual poco de western clásico tiene, haciendo gala del humor negro, con lo que cumple con el espectador dándole toda esa locura y frenesí que uno busca en su cine y a quien no hay que pedirle más coherencia que darnos un buen momento de personajes atrapados esperando estén a punto de explotar.