miércoles, 12 de agosto de 2015

La vida de alguien

Va a sonar cruel de arranque pero lo que llama la atención en el acto de la cuarta película del argentino  Ezequiel Acuña es que fácilmente pudo ser la historia de un grupo como Menudo o Parchís, y no cambiaría mucho, en su vocación marcada de ser enternecedor y cálido con el público, proveyéndoles de una trama que más se basa en simplemente tocar canciones dulzonas, suaves, movidas de tipo pop melancólico y sencillo, con letras y musicalización muy cortos y austeros como en un diálogo se dice de lo fácil que es tocarle. Se inspira en el grupo uruguayo La Foca adaptándose a su estilo sonoro, y es la historia de una banda homónima joven que tras la pérdida y desaparición de uno de sus integrantes deciden romper, sin embargo con el tiempo que intenta curar heridas luego vuelven a unirse con la idea de lanzar el disco que hicieron durante su antigua época musical, que empezó hace 10 años.

En el medio tenemos una historia de amor melódica y de espíritu dulce y ñoño si se quiere amparada en la iniciativa femenina y el cariz despreocupado e intrascendente de él que vive recordando (sojuzgado) al entrañable amigo ido, que queda mucho en mera superficialidad verbal, como leitmotiv del filme que tiene de inspiración además al baterista y fundador de la banda argentina de postpunk Los pillos, Pablo Esau, que desapareció en 1990 en un viaje con su novia al Amazonas, como también en Eddie and the Cruisers (1983) en que comparten dejar un precedente musical una vez que el tiempo olvida sus tocadas y surgen los conflictos, donde en La vida de alguien, título que alude a Nico y, claramente, al anonimato, se conjuga con la amistad de sus miembros musicales y la melomanía de pura y autentica filia que cimentaron en sus inicios (por encima del aplauso masivo, un lugar común en la trama).  

La pareja que hacen Guille (Santiago Pedrero), líder de la banda y escritor musical, y la joven tierna y naturalmente cool Luciana (Ailín Salas), que se roba el show, sobre todo cuando canta que tiene muy bella voz, y me recuerda a la mexicana Julieta Venegas, yacen en un tira y afloja que recorre el largo del filme por destellos de delicada sensibilidad habiendo buena química entre ellos, aunque en Salas más que todo porque es muy carismática y luce especial sin ser impresionantemente atractiva, digna de una belleza atípica anclada a su seguridad y canto, en una relación que se pospone a menudo ante escuchar la banda sonora diegética de La foca ficticia, sonido que predomina tanto casi como si tratase de un documental musical. Los desacuerdos blandos pero capitales son por novias y contratos, desde algo humilde, un pequeño grupo que suena en tocadas discretas, da entrevistas locales y tiene un manager muy joven que se deja llevar por las ofertas como ola del mar.

Un defecto es que se verbalizan mucho las historias y los sentimientos, aunque el actor Santiago Pedrero no lo hace mal, desde un gesto autosuficiente, contenido, tranquilo, de poca expresión, lo cual es bueno por su lado porque no requiere de extravagancia (que suele ser recurrente en el retrato cinematográfico musical, algo que atrae bastante la atención), como pasa con la banda que es muy formal en general.

Aparte de ello, en la película, que se haya en Múltiples Miradas, del 19 festival de cine de Lima, casi está ausente el relato, prima tocar, hacer como que se están promocionando y reconstruyendo como grupo, preparándose y ejerciendo equipo, de lo cual si no te agrada mucho su tono musical, no eres propenso a quedarte escuchándolos por largo tiempo, además de que es melosa como narrativa y argumentación, en la pena del amigo jamás reencontrado y en la lealtad a su tocada fuera de llegar lejos, o al romance y seducción entre bambalinas de tono naif, pues el resultados será una pequeña tortura, pero si por el contrario todos estos elementos te sintonizan tendrás la otra cara de la moneda, tu pequeña gloria cinéfila, con lo que la obra de Acuña bascula entre los puntos contrarios, producto de tener una esencia demasiado subrayada, y un estilo para mi gusto de poética inocente, en una ternura dentro de lo minimalista que no hace mucha novedad, salvo reinterpretarlo nuevamente, y ponerle un cierto sello romántico y a un punto lacrimógeno de nostalgia a prueba de balas, a pesar de que más tarde el misterio será destruido, por un final que, aunque suene irónico, me recordó el juego en la playa de A los 40 (2014), y hasta ahí llegamos, porque no faltarán esos recursos de empatía sumamente primaria, en que se extraña ver a los amantes del cine-arte sentirse atraídos por ella, cuando en Hollywood se hace este tipo de filmes muy a menudo, en esencia, y suelen ser rechazados, diciéndoselo a quienes lo hacen ya que si eres asiduo fan, desde luego el resultado será de inmediato enganche.