viernes, 20 de marzo de 2015

The Iron Ministry


Documental que estuvo en la competencia por el máximo galardón, el leopardo de oro, del festival de Locarno 2014, película del americano J.P. Sniadecki, que suele trabajar en China, como en ésta oportunidad que grabó durante tres años su red ferroviaria, que pronto como se suele decir será la más grande del mundo. A través de una cámara que se mueve con la lentitud, aunque no del todo agobiante, propia del cine arte o experimental que se adscribe y bien recoge uno de los festivales más grandes y atrevidos del mundo. Creando una visión general sobre una sociología de los habitantes chinos, divididos a pesar del gobierno comunista en clases sociales, como se ve en aquel sector de cierto privilegio que un seguridad del tren no permite grabar mientras aquellos como inmersos en un restaurante chino observan con mirada atónita y curiosa, a ese americano “intruso” que pone su ávida cámara frente a ellos, de lo que queda una acción que deja en claro el poder de una posición medio oculta hacia los de afuera, los extranjeros, ya que el pueblo la “conoce”, en contraste con aquella que si le es permitido filmar, en la clase pobre, común o mayoritaria, viendo cómo duermen en pequeños espacios o pasadizos, fuman tranquila y constantemente asumiendo el cliché, se aglutinan en familias o entre amigos, en medio de la bulla y el ajetreo típico del pueblo, viendo cómo compran golosinas, fideos o agua en medio de la queja del alto precio de la particularidad del viaje, o escuchan música, hacen bromas –habiendo una atrevida e inaudita de un niño que se explaya con sencilla locuaz verbosidad, ingenio y agilidad mental, tanto que uno diría que muchos sci-fi políticos del tipo Elyzium (2013) o Snowpiercer (2013) podrían sentir envidia de su imaginación- o conversan entre sí.

De la red ferroviaria se expresa que ha mejorado notablemente, como además la pantalla nos permite apreciar tranquilidad y hasta goce ordinario de los pasajeros, siendo un filme de apertura mutua, y es que el retrato es muy pacifico, alturado y en realidad nada conflictivo, aunque tenga cierta pequeña revelación en cuanto a temas que atañen al país en cuestión y a los demás, viendo su potencial como nación, pensándolo y describiéndolo en tono amical. Dice un empleado contento con mayores atenciones hacia ellos que los dueños, el estado, de la red, piensan más en la gente, la que antes solía quejarse y pelear mucho con los trabajadores, en un lugar que bien se define en que el hierro comparte con la carne, incluso hasta llevarlo al asunto más explícito de una cámara que analiza también los elementos de este dragón de metal como menciona otro interesante diálogo sobre el folclore y la videncia de los tibetanos, en una especie de metáfora de la artificialidad cíborg y la tecnología del progreso y del futuro, en cómo la modernidad (misma promesa optimista) o equitativa alcanza a todos, en una utopía que se humaniza hasta volverse por una parte realidad.

Otro diálogo, uno de los tres más trascendentales de la propuesta, pone en la palestra otro lado del orden político, donde se quejan amablemente hasta con sana ironía, en medio de  la camaradería, de la desigualdad y la falta de oportunidad, ejemplificada en adquirir una casa, aunque es fácil rentar (conformarse), en cómo les es tan difícil a la gente de a pie conseguir contentar a la suegra con el anhelo material, y como si no hay salida lo que queda es emigrar dice uno de los interlocutores, ya que como bien expresa el título tampoco se puede negar que están frente a un ministerio de hierro,  en gran medida una verticalidad en cuanto a hacer escuchar la voz o tener chance de enfrentarse al gobierno, aunque hay un balance en la misma labor en sí y seguramente disposición de J.P. Sniadecki en dejar abierta alguna esperanza, observando como La República Popular China se va abriendo al mundo, y hacia mayor libertad de su población y frente al resto de países que puedo creer que no lo ven como una amenaza, donde el ciudadano puede opinar o criticar aunque en verdad se sienta que se trata de un acto tan pequeño, al final revertido de indiferencia, superficialidad y sea inocuo, como desnuda transversalmente aquel compañero chino que no habla sino solo mira a través de la ventana cuando los amigos se entusiasman en opinar, simbolizando el temperamento y alcance de los actos discutidos, y del filme mismo, aunque no descartamos que la amabilidad también pueda abrir muchas puertas.

En el documental hay espacio para sentirse orgulloso, porque como bien dice otro diálogo y tercer puntal hablado con el propio cineasta (toda la obra lo hace en mandarín), el estado tiene virtudes, como que cuida de la minoría étnica, viéndose el caso específico de unos musulmanes abiertos a la autocrítica y cierta condescendencia ajena, viniendo a la conversación que esta integración y cuidado era el pensamiento del máximo líder Mao Zedong, con lo que se puede ver que el filme guarda respeto hacia la concepción actual de China. Y esa es la propuesta entre manos, pequeña, al alcance de muchos en su realización, pero no por ello menos decente, sino saludablemente competente desde “pocas” pretensiones, de cara a una convicción que le antecede como arte minoritario que solo queda aplaudir, frente al logro de su potente iniciativa.