sábado, 30 de agosto de 2014

Les rencontres d'après minuit (You and the night)

Hay quienes gustan de llamar fuertemente la atención, de generar polémica, haciendo la salvedad de que es normal que a todos nos agrade que nos presten interés; en mucho aquello es cosa de grandes egos, en pos de consolidarse, o tras el fomento/sostén de una imagen, y personalidad marcada o que aspira a serlo, descontando las causas nobles, aunque sea más que somos (tan) humanos y nos atrae demasiado lo banal, pero no entremos en esas discusiones; lo que sí, el sentido de estas palabras, es que el director francés Yann Gonzalez lo ha querido y lo ha buscado con toda su capacidad posible, a razón de propiciar el mensaje que más lo involucra, la verdadera razón de ser de su trabajo, ya que estila autenticidad, vista la coherencia e imperfección del conjunto de su ópera prima, y ¿cuál es ese?, uno que a través de lo erótico, de su contundente sugerencia, dentro de una recreación artística, exceptuando una ocasión explicita de las que generan un impacto sobremanera (que se vea un genital masculino sobado a la vez por un homosexual travestido como por una mujer promiscua), los tabúes, las fantasías, da rienda suelta a la libertad absoluta en el sexo, sin distinción de lascivia, lujuria, sensualidad, de placer, que sería el leitmotiv del filme, el encontrar la realización personal, incluso afectiva, mediante la intensidad de las relaciones coitales, físicas. 

El manejo de su historia y metraje visual resulta mucho más poético de lo acostumbrado en la cuestión liberal que aborda (no está demás decir que abundan los besos, los que son sintomáticos), bajo las condiciones de quebrar todo límite sexual, sobre algo que no suele serlo en realidad, no desde la perspectiva literal y muchas veces implícitamente extrema que manipula la trama, sin por ello ser incongruente porque se trata de un pensamiento colectivo llevado a una impronta, de menor consenso -aunque quizá más popularidad cool- al de la dicotomía amor y sexo, en que el segundo sustituye al primero, solo que absorbiéndolo como un anexo menor, secundario (múltiples, sin restricciones y salvajes aventuras carnales contienen afectos), lo que yace en cierta alza contemporánea, mucho desde Europa, como muy bien lo representa Francia en su séptimo arte.

El filme, debo decir, cae por momentos en cierto ridículo, en lo ñoño, como en esa despedida de grupo y compañeros de orgía, que bien hace la memoria en ver ahí a The Breakfast Club (1985) aunque en otro ámbito, aparte de los estereotipos alrededor de un universo especifico se trata de un lugar donde se han conocido las (“banales”) penas, en unos cuentos eróticos bastante simples; la búsqueda espiritual de una madre convertida en una carencia de identidad, luego vista fantasmal en un lapso que involucra brevemente al terror, aun así un género conseguido (en un tono inductivo que lleva por su lado una trascendencia discutible, en el mal sentido, pero que implica sorpresa y un giro propio de entablar una continuación de cuento tanto como de argumento conjunto, uniendo lo que parecían únicamente fragmentos; alguno irreverente como la masturbación a poco de un desmayo, y es que todo se mueve a través de una pareja, de Ali -Kate Moran- y Mathias -Niels Schneider- que hacen una velada para una orgía, en una lucha contra la muerte, siendo el sexo la vida); hacer memoria en una sala de cine en que se narra un idilio incestuoso; un joven de 16 años escapando del hogar producto de una esencia libertaria aplacada por las convenciones, haciendo frente a sus ideales; una historia de época, de guerras anónimas y romances tergiversados por ardores eternos y un poco perversos (con un cementerio que trae bastante a colación el bajo presupuesto del filme, pero que se sale con la suya ante la ubicación mínima, futurista y entre new age y oscura, como lo es la trama, que bien acompaña la música electrónica del grupo M83, banda liderada por el hermano del director, de la que éste antes fue parte. Los lugares lo forman apenas una playa, un bosque, las tinieblas, un cine, una especie de cabaña y/o la elegante habitación del encuentro, vistos mayormente a mano de una brevedad episódica, teniendo de forma principal una tendencia escenográfica con un aire arty y minimalista, sumándole la originalidad de un sintetizador musical de emociones, que brindan bailes arrebatados, otros tiernos) y poco más, con lo que se han sentido identificados y reconfortados mutuamente, que lucen como la pandilla que sale de un cumpleaños o reunión familiar tradicional, entre recuerdos, besos en mejillas, dedicatorias, abrazos paternales y agradecimientos cariñosos de futuros reencuentros. O por el veloz, e imprevisto a un punto, enamoramiento con el misterioso motorista, que nos habla de superficialidad más que de la realidad amorosa que manipula, o en todo caso rompe con toda ortodoxia, se rige al pensamiento ultra-moderno, o vanguardista, ese que el mismo autor dice pocos entenderán, o sea, mantener siempre flamante la llama del deseo, aunque para ello se deba como en ese rito medio demoniaco del travesti ancestral (y no es broma), permitir cuanta pareja, atracción central y fantasía, adolescente, puta, estrella o semental se cruce en nuestro anhelo de apasionamiento hedonista, tanto como existencial, que nos recuerda que la naturaleza de esa decisión y libertad/libertinaje nos indica por lo general una derrota final con la escurridiza felicidad, esa que se niega a yacer en nuestra conciencia, como en esas lágrimas de clímax no vueltas a ocurrir. Si no fuera por un último giro de tuerca de “alegre” optimismo.

La propuesta de Yann Gonzalez se aplica enteramente al sexo, esa es su prioridad y hegemonía, como equivalente a sentirnos completos y satisfechos con la vida. Metidos en su perspectiva todo toma sentido y coherencia, notándose que el filme -a fin de cuentas son buenas sus decisiones- logra subvertir, evadir o escapar a lo kitsch, lo absurdo y a lo fallido, como escurrirse a caer fulminado por sus flirteos momentáneos con lo ridículo. Esto último dicho como ambición de arte, que tiene y mucho, tanto que se diría incluso formalmente, aparte de los lugares comunes de una clasificación, aunque haya ocasiones en buena parte inanes y hasta -aun con lo concebido- "ordinarias", que dieran a entender lo contrario (véase esa masturbación femenina por un criado, protagonista, entrometido si bien la óptica constante es la de la continua liberalidad sexual como felicidad, y humilde pero atrevido Mefistófeles homosexual travestido, y luego un estallido “seminal” equivalente a la exuberancia de sangre que evacua Tarantino en sus obras; o esa caminata a gatas bajo una faz envejecida tras hombres/objetos desnudos de aspecto sadomasoquista que evocan en simbolismo a la Nymphomaniac de Lars von Trier, que no ayudan mucho como uno quisiera, sino ponen en duda un poco nuestras pretensiones, entusiasmos e ingenio; dejando en claro que se deja resquicio para el juego, la notoriedad y la ocurrencia, como que esté en el reparto, uno en donde cada personaje es importante, el hijo de Alain Delon, o que el actor y seductor típico en historias gays Niels Schneider permanezca tuerto y con un parche en el ojo la mayor parte del tiempo), ya que como entretenimiento erótico, sin su “simple” y concreto argumento sustancial, por el que opta a poco de surcar cierta indefinición, tras un primer cuento (un acto de honestidad, que habla de un discurso consciente), tiene ganado el goce de cierto público minoritario, como el de la igualmente polémica, provocadora y audaz revista Cahiers du cinéma, que la nombró en su top 10 de lo mejor del 2013.

sábado, 23 de agosto de 2014

El crítico

Película argentina que estuvo en la competencia internacional del tercer festival iberoamericano de cine digital (FIACID), y que acaba de ganar el premio del jurado de la crítica en el 42 festival de cine de Gramado, Río Grande del Sur, Brasil. Ópera prima del co-director de la revista Haciendo cine, Hernán Guerschuny.

El filme es una comedia romántica, pero tiene la curiosidad/originalidad de yacer desde el punto de vista de un crítico de los que uno llamaría serios, analíticos, profundos, exigentes, aunque muchas veces moleste el título y esas alusiones, o por el contrario sea digno de profesionalismo, un intelectual del arte, del que por antonomasia aprecia, vive y muere por el cine de autor y el más artístico, y que por lo “general” desprecia el mundo en que quedará inmerso, en un género (como tanto se menciona), en una especie de lección y quizá de alguna forma de castigo a lo Charles Dickens, pero estando el autor bastante consciente de ello, y por ende ajustado a ciertos corsés ideológicos y coherentes con uno mismo (con el gran trabajo de manejarse en dos frentes muchas veces contrapuestos, que es la elección y leitmotiv del filme), uno que tiene que ver con la realidad de una concepción e identidad personal, que tiene a su vez mucho de colectividad social, como de gremio, del que por naturaleza racional termina siendo un ser pesimista y elitista, a diferencia de lo que se dice en pantalla -¿cómo concesión o influencia formal?-, que el cine rehuye finales sin ninguna esperanza, y puede que tenga razón en buena parte, como una convención ortodoxa y hasta más allá, pero, desde luego, nunca una regla total; algo a lo que juega con convicción esta propuesta manipulando todas las formas y artificios que acostumbran básicamente las comedias románticas.

La trama implica a los que se presentan por encima de lo emocional, el mundo de la fantasía, la diversión superflua y la ilusión que crea cierto cine, y en efecto el filme se basa en el cliché, y sí, también, en el crítico que yace fuera de cierta actualidad, apertura mental, diplomacia y mayor empatía general, el compartir distintas formas de búsqueda cinematográfica, ver valor fuera de nuestra cuadratura filosófica. Sin embargo se entiende que el lugar común aparece por voluntad reflexiva, no sólo por placer primario, sino -aunque sin exagerar- dentro de cierto estado de auto-crítica, sea propia o inducida, no importa, discutiendo nuestra declaración de justificaciones y sentido crítico, sopesando bajo esa misma lupa la apertura del goce industrial, sin perdernos tampoco de ser nosotros mismos, mediante un poco lo paródico -tampoco sin exagerar-.

El filme tiene su gracia superficial, de lo que estoy seguro de que hay algunos lugares donde no faltaran las risas, aunque halla algunos ratos endebles, como la fijación y venganza de un joven cineasta de aspecto nerd (pero que fabrica cine amable), maltratado por una despiadada crítica del protagonista. No obstante pudo aportar mayor sentido, aunque propicia un giro grave; presentaba la posibilidad de suma intrepidez tanto de gran riesgo, sólo que el manejo se quedó en buena parte fallido y no pudo evitar cierto ridículo. Pero más allá de algunos reparos El Crítico es una película con su cuota de audacia general y que genera suma identificación, que aunque trata y representa un subgénero muy comercial no cae en ser una propuesta insulsa o vacía como conjunto, a pesar de que en la superficie visual no hay demasiada originalidad, habiendo hasta un comienzo, meollo y desenlace sentimental bastante ligero, si bien hay una breve escena que rescato en especial, donde ella ocupa el inodoro y él el lavabo y la primera le agarra la mano, exhibiéndose costumbre, intimidad y nexo afectivo en un instante potente, mientras a la vez se plasma una invasión. La propuesta perpetra como centro el juego de la lucha entre dos voluntades, las que contrastan dos tipos de pensamiento del cine, teniendo presente que ambos son séptimo arte y el alcance lo proporciona la individualidad de cada cineasta.

Es el entretenimiento puro, para espectadores sensibles, relajados y sencillos, versus otro culto y un poco cerrado, y en esto último viceversa, aunque no es realmente la ocasión, no se explaya en ese aspecto, queda secundario, pero se ve algo, con Sofía, la pareja central, que no gusta del cine de Jean Luc Godard ni de los clásicos; como tampoco es el gusto cinéfilo de la romántica Ágatha, la que destila ironía en referencia sutil a quien puede ser tranquilamente Tsai Ming Liang en la cámara estática de vigilancia. Destaco que ésta propuesta es predominantemente una mirada hacia lo popular desde sus características, y por ello es un entretenimiento ante todo, no deja de ser una comedia romántica aunque haga meta-cine (como en esa calle atestada de tráfico vehicular, con infaltable lluvia a plena luz y un tipo enamorado aporreado por su conducta corriendo hacia el aeropuerto a detener la huida del amor, mientras en medio yacen los gritos del propio Leonardo Sbaraglia).

El filme “desbarata" un mecanismo, hace comedia de este, pero usa ese método para crear su estructura y trama (con la chica de ensueño, especial en su relajo y cleptomanía, rebelde y cool, en la bella actriz Dolores Fonzi), con un plus de ver éste tipo de comedia desde el que la repudia y más tarde la comprende, sin tampoco regalarse al asunto, al quedar atrapado en un juego de espejos tras la pregunta si el cine imita la realidad o la crea. El perdedor, que en mucho lo es nuestro protagonista, el que anuncia el título, Víctor Tellez (Rafael Spregelburd), entrega por amor su figura de destaque.

El descreimiento por lo sensiblero pasa o se ve como posible rectificación, pinta en la amplitud y condescendencia, una vez que entiende, ya no superficialmente, que la gente, los otros, se proyectan igual que él en el séptimo arte (hay razones válidas), no habiendo estado del todo consciente de todos los fundamentos de su lejanía, ya que creía que su pensamiento era la única verdad posible, por eso el protagonista llora con una comedia romántica viviendo su actual situación (la mofa de su comentario edulcorado es harto sencilla pero contagiosa). No obstante luego se equilibra –hay por un lado una buena dosis de elipsis- diciendo que está como en una enfermedad de ñoñez y no se ata a todo lo que es, una comedia romántica, y al final por ese lado aunque no parezca, Hernán Guerschuny, aprecia a su criatura, le otorga la última palabra en un hogar que le acepta, aunque le achaque una solemnidad molesta para la mayoría del público, como con una voz en off en francés de corte más empalagoso que la propia crítica que hace de una película mucho más simple.

El filme es un alegato para no negar al grupo entero de las comedias románticas, apreciar la realidad que esconden algunas, sin banalizarlas a todas, para proceder a la repetición y desligarse parcialmente de ser solo un simple producto de entretenimiento; y convertirse por un lado en una pequeña y amable intención significativa, como también en una ilustración popular, desde esa complicidad, riéndose de un tipo de crítico y su caída en los clichés del género. 

jueves, 14 de agosto de 2014

Caídos del cielo

Con una narrativa convencional, sin propulsar ninguna grave originalidad, extravagancia o estridencia, inmerso dentro del realismo social, estamos frente a uno de los mejores trabajos de Francisco Lombardi, el director más conocido y prolifico del Perú. Internacionalmente ha sido la cara visible y representativa del cine nacional durante mucho tiempo, y a un punto lo sigue siendo de manera general, para la gente de afuera que no han profundizado hoy en el cine peruano, pero que ha cambiado o ha mermado bastante con la presencia de nuevas generaciones de cineastas, asiduos participantes de festivales del mundo, y el pedido contemporáneo de un cine más ecléctico.

Francisco Lombardi posee una notoria cualidad como narrador de historias, si bien suele ser muy claro, directo y simple; una que palia la limitación de su ortodoxia, redundancia y previsibilidad, con lo que suele agradar a las mayorías, como la identificación de un cine social que es marca distintiva de gran parte de la historia del séptimo arte latinoamericano, y que hasta en la actualidad forma parte de la realidad de éste cine, aunque hay muchas otras tramas que albergan mayor complejidad u ostentan búsquedas desde lo más personal, en un cambio que se aleja de todo ello -o hasta lo anula- con continuas audacias, rupturas de origen y temáticas creativas. Lombardi -con guion de Augusto Cabada y Giovanna Pollarolo- se mueve en el mensaje y la ideología de reflejar el realismo autóctono de la pobreza, la diferencia de clases y un cariz socialista, síntomas de una época, un espejo de miserias coyunturales y políticas, pero aunque se asume plenamente en ello, lo hace desde su calidad de ficción.

Éste filme se trata de tres historias muy bien entremezcladas, aunque alguna sea más débil que otra, como la de los ancianos de condición social acomodada venida a menos que hacen todo esfuerzo por construir un imponente mausoleo para su joven hijo difunto, que va a ser compartido con ellos. Con frases que aluden al idealismo se defiende que no todo es dinero, o se deja correr que hay un mundo lleno de mercantilistas de rapiña y vampiros capitalistas.

La representación de lo buena onda y el lugar común, en la presente desde paradójicamente el pesimismo, yace a su vez en otra de las historias. Primero se alude a la autoayuda y luego se le deja ver como vacía, superficial, fría, distante e inefectiva de cara a problemas demasiado duros, aludiendo un estribillo que usa una radio y un locutor del optimismo, más tarde alejado de dicha filosofía de la simplificación, pero que solo es un lema de sencilla motivación, el ser supuestamente responsable de tu destino. A esto se le saca jugo a más no poder, se vuelve novelesco y no lo hace mal el guion, retratando a un hombre con cicatrices en el rostro que se enamora de una mujer a punto de suicidarse, producto de un pasado mortificador y oscuro nunca esclarecido, pretexto para explotar a la muerte –característica que yace en las tres historias- y a la frustración dentro del realismo social y un pequeño poema maldito.

El locutor de las marcas en la cara está interpretado por el actor fetiche de Lombardi, Gustavo Bueno, el que cumple sin demasiada dimensión, pero al que le ayuda su condición de personaje calmado, pasivo, controlado y ordinario, uno que no se da cuenta que su disciplina oculta soledad, complejos y en realidad nada de dónde agarrarse a la vida, más allá de una voz radial que lleva una "discreta" modulación incongruente con tantos lamentos y conflictos escuchados (gran acierto, pequeña audacia formal, simbólica y descriptiva, del director peruano, como lo es el poner un nombre inspirado en el póster de Verónica Castro, y que la protagonista lo haga tan suyo). Éste relato sería el verdadero aporte del guion, ya que el de los viejos de economía decadente es algo insulso y propio de un argumento y mensaje didáctico y primario, mientras el que analizaré después adapta el cuento de Julio Ramón Ribeyro, Los gallinazos sin plumas.

Hay que decir que el conjunto de la película ha sabido coger el sentido, la esencia y sustancia, aunque en menor valía, del famoso cuento del querido escritor peruano, aparte de lo plausible de su literalidad visual. Provoca una relación congruente y general, si bien el usar a una ciega como un ser malvado que sólo quiere engordar a un chancho para su propio interés, a costa de explotar, mal-nutrir y maltratar a sus nietos pequeños, cuando yacen en total pobreza (viven a puertas de un basural, en un terrenal y chiquero), sale de la genialidad y contundencia ajena, de la obra literaria de Ribeyro. Pero también aporta mucho el papel de la abuela cruel y abusiva que hace la actriz de carácter Delfina Paredes, la más sobresaliente del reparto, seguida de un carismático, vital en la edad y expresivo Carlos Gassols como el adinerado venido a menos en lo del mausoleo, muy bien secundado, pero menor, por Élide Brero que hace de su esposa. En cambio, los nietos no lo hacen del todo bien, parece que declamaran, lucen teatrales y existe cierta ausencia de fusión con sus roles, más allá de lo esencial y una cara de asombro o rencor a cada lado, en estado perpetuo.

Las rebeldías infantiles del niño mayor contra la matriarca ciega -las acciones- y el concentrarse -como recurrir al acercamiento- en el enorme chancho brindan visceralidad, malicia y arte. El espacio contextual de la narrativa, desértico, popular o criollo, suma mucho a esa miseria y problemática tan ubicua que logra capturar en plenitud la obra de Lombardi, la que está dotada de sequedad y austeridad, aunque no yace muerta, tiene su toque de intrínseca intensidad, teniendo cortes finales de escenas de aspecto primario, que se pliegan a su tono.

El realismo social yace menos obvio, sin perder sus coordenadas de identidad, en la pareja de los defectos físicos y los rechazos egocéntricos, en seres valga la curiosidad traumatizados. La interacción entre Gustavo Bueno y Marisol Palacios cumple, aunque hay ratos en donde ella luce tan monotemática que agota, aun siendo coherente con su rol, el de eterno duelo, silencio y enojo, con cambios de humor bruscos y vasta exaltación, no todos muy convincentes pero funcionales y efectivos al fin y al cabo.

Estamos frente a uno de los filmes más apreciados del tacneño Francisco Lombardi, ganador del premio Goya a mejor película extranjera en 1991 y mejor película en el festival des films du monde de Montreal del mismo año. Caídos del cielo (1990) es un filme que entretiene, y que logra salir a flote ante sus imperfecciones/limitaciones, mediante un estilo formal sencillo y claro, que aporta lo suyo en su tipo, con una obra que es parte del legado del cine nacional, de la cinefilia cultural, y aunque uno crea que Lombardi no es el mejor cineasta del recorrido cinematográfico del Perú, no se puede obviar su notoria labor en nuestra historia, y que incluso sigue activo. El séptimo arte peruano fue él, ahora es una perspectiva más. Pero no podemos negar que se le debe un lugar importante.  

lunes, 11 de agosto de 2014

Güeros


Para empezar con éste filme ganador de mejor ópera prima en la Berlinale 2014 uno inmediatamente piensa en un referente indiscutible de esta clase de historias, el gran Jim Jarmusch, en sus primeras obras, retratando el nihilismo, el simplemente flotar/fluir, buscar emociones que nos saquen de la monotonía y la vagancia, y la falta de dirección de los jóvenes, aparte del característico blanco y negro, el corte independiente, de autor, totalmente libre e irreverente, de estar contando nuestra historia personal,  de decir una verdad y hacer lo que nos da la gana, y el bajo presupuesto. Todo ello está dentro de Gueros, cambiando solamente hacia el giro de una toma de consciencia de esta juventud perdida y rebelde, finalmente la que no lleva a ninguna parte como revela formalmente el filme, si bien los mensajes y cierta reflexión recuerdan muy levemente a otro referente ineludible, la nouvelle vague, pero en un tono diferente, del que no se toma en serio en absoluto, que vive nada más, y que está tan influenciado por Jarmusch, siendo lo típico de la edad retratada, bajo cierto cine social, el que nunca nos falta en Latinoamérica, mientras en EEUU se maneja una postura con semejanzas contextuales a ese respecto, pero por motivos distintos, es el realismo y la voz de la clase media baja, los angloamericanos ocultos, los que se mueven en sus propias reglas, los sobrevivientes de la calle, antihéroes, que tiene un corte más novelesco y poético, lo cual también se suele imitar. La propuesta se ubica desde un sentido de relajo, sobre todo fresco, de comedia, de despreocupación. Se basa en ciertos hechos reales, la huelga estudiantil de la UNAM en 1999, y un viaje que hizo Bob Dylan en busca de una inspiración folk que lo había emocionado.

El director mexicano Alonso Ruizpalacios exhibe su buen humor y sarcasmo, alude inmisericorde en un diálogo directo a un tipo de cine contemporáneo de su país hecho bajo un método, uno que siempre da en el blanco de lo que se quiere, pero que se repite continuamente, y lo hace consciente de que se adscribe a ese tipo de cine, que tiene esos lugares comunes en su obra, pero momentáneamente, hasta que lo asume, lo hace notar y se disgrega, para volar sin dirección pero con mucha consciencia, a través de un estilo a veces vertiginoso y extravagante, dividido “arbitrariamente” en subtítulos de vena literaria y episodios ligeros, creativos, en la conjunción de la forma y el fondo, donde la estructura y narrativa del filme imita/sigue a sus criaturas, en una espontaneidad que puede confundir, hacernos perder el hilo, al que yace predispuesto a seguir un relato convencional, esperar algo, un conflicto por resolver, y pues no pasa nada, entre comillas, ya que se ve mucho entre líneas, en medio de disparates y ocurrencias, problemas ocasionales sin trascendencia. Asistimos a persecuciones, meterse donde no les invitan, intimidación de pandillaje, o que les caiga encima un ladrillo, karma de un acto previo similar, el que arranca el filme en un globo de agua tirado desde una azotea y que casi ocasiona un accidente con un bebé, por lo que Thomas fue enviado con su hermano mayor. El filme es el vagabundeo, y compartir en grupo, entre Santos, el mejor amigo y compañero de cuarto de Sombra; el que todos conocen como Sombra, que es el principal; Ana, la mujer que le quita el sueño a Sombra; y Thomás, el hermano chico de Sombra.

En ésta propuesta no hay soluciones ni grandes verdades, más que pasiones personales, como con Ana, la chica DJ de una radio pirata, que tiene una fuerte carga y consciencia social, aunque sus ideas sean vistas como débiles frente a acciones más violentas, la que es cool como toda la pandilla a los que alude el término de güeros, chicos bien, que viene de la significación del tipo físico anglosajón, rubio, caucásico, y que es como un insulto de superficialidad, pero como vemos puede tener de identificación nacional y complejidad, escapar al cliché y ser cualquiera, como bien ejemplifica el moreno llamado Sombra, interpretado por Tenoch Huerta. Las pasiones yacen encalladas a la filosofía de como coges el mundo, como esa sonrisa de una última foto aparentemente vacía, que invoca que nadie nos quitara lo vivido y aprendido, ni nuestro libre albedrio, y el amor es grandioso pero efímero, como que la felicidad es pasajera pero es un estado de ánimo, en el triunfo contra nuestras inseguridades y la persecución de la aventura, como ese viaje que bien nos representa ésta sencilla road movie, la que tiene como única dirección – cuando se espera por un sentido existencial, mientras en lo práctico Sombra no empieza su tesis- ir tras los pasos de una leyenda casi secreta, olvidada en su cualidad de culto de minoría, e íntima, ya que era admirado por el padre de los hermanos protagonistas, siendo un mítico y fugaz cantante de los 60s, al que se le agrega mucho background en la interacción con su amante y las pesquisas de su paradero, por Ciudad de México, de donde no se especifica lugar alguno, es todo indeterminado y casi casual, en la piedra que rueda al puro estilo del rock. De ésta leyenda se decía que sus letras hicieron llorar a Bob Dylan, en un sonido que yace elíptico en un derroche de estilo y sentimiento inducido y contagiosos, a lo actuación de teatro bajo un motivo imaginario. La leyenda se llama Epigmenio Cruz. Encontrarlo es como aquella frase de El ladrón de orquídeas (2002), uno es lo que ama, no lo que te ama. La decepción y la sorpresa es solo una anécdota más. Aunque intrínsecamente sea triste y realista se toma desde la ironía y la buena onda, más que del patetismo. Ese es el tono predominante e ideológico en un filme chico, entretenido, curioso a un punto y simpático, pero de los que uno resulta muchas veces malagradecido y se olvida rápido, como el año pasado con la brasileña Cores (2012). 

jueves, 7 de agosto de 2014

El lugar del hijo

Ganadora del segundo premio Gran Coral en el festival de La Habana 2013, dirigida por el uruguayo Manolo Nieto. La trama tiene dos puntos centrales narrativos, de conflicto, pero están asumidos en una sola temática en un estudio sociológico, ambientando en el Uruguay del 2002 que pasa por una crisis financiera. Uno. El protagonista debe hacerse cargo de la herencia de unos títulos de propiedad en el departamento de Salto, lejos de su hogar en Montevideo, ante el suicidio de su padre, quien era de espíritu político socialista y estaba atrapado en deudas y en lo que parece una pequeña crítica del capitalismo, dejando una casa en la ciudad con una querida, un terreno amplio en el campo rico en ganadería, y un perro viejo que más que todo sirve como anécdota propia de una sinopsis embellecedora. Dos. La militancia en grupos estudiantiles políticos que hacen las llamadas ocupaciones pro derechos colectivos, u órdenes de protesta sindical, o simplemente los derechos del pueblo o de los más desfavorecidos o explotados, utilizando por su lado de exhibición y cavilación a lo rural, para lo que hay distintas situaciones en que el protagonista debe moverse y enfrentarse no solo contra los poderosos que yacen en un fuera de campo y ya se conoce harto su proceder (salvo una cómica y esquemática intencional y acertada intervención de relajo que satiriza al empresario y las pirámides de poder que literalmente se discuten y se reorganizan en base a las propias convicciones o según los intereses. También un poco hacia la posición de los cotidianamente desfavorecidos que entran en el juego del lugar común en pos de cierto humor), sino con los patrones internos de los que lideran la lucha social, que son a veces absurdos, inmaduros e intransigentes, otras veces agresivos, por yacer sumamente frustrados en medio de mucho silencio, y a esa vera impredecibles, como algunos proclives a venderse mientras otros se sacrifican de verdad, pero sobre todo abandonados en la necesidad y en medio de cierta indiferencia o mezquindad, dejados al final, lo cual a su vez se da en parte por entendido. Hay pocas explicaciones al respecto y sin embargo no yace un vacío abrupto o destructivo en el conjunto, sino más bien resulta sagaz e idóneo. No obstante aluden  a ello las entregas supuestamente amables de naranjas podridas, el que no les pagan hace meses a los ganaderos, o no reciben beneficios ni se acuerdan de ellos a la hora de que los capitalistas se hacen millonarios, como se oye en la entrevista, todo lo que se destila breve, esporádicamente, en apenas unas líneas o contextualizado dentro de una "maraña" narrativa que se aleja elogiosamente del panfleto o el cine social general y básico, pero abordando el tema como leitmotiv, lo cual es su máxima virtud, el equilibrio de posiciones políticas, en medio de lo que podrían ser contradicciones, más no predominante ambigüedad (moviéndose sobre todo bajo una claridad muy digna de elogio viendo la dificultad de sus pormenores), en lo atípico como en quien es el protagonista, dicho en varios sentidos, mezcla de un intelecto que saca lo mejor de distintos mundos, y es positivo contra las limitaciones, caídas y retos. Se sostiene ante todo como una ficción e historia íntima, un trayecto de vida, de afirmación, de crecimiento, de relevo.

El yo del director yace oculto elogiosamente, aunque sea lógicamente omnipotente y no se trate de ningún piloto automático; lo cual puede aparentarlo alejado de lo sustancial y visceral de su tema, o desapasionado, pero más bien se trata de madurez, de ser muy racional y apuntar a una postura con varias aristas, menos primaria en sus argumentos, mientras se compromete con el “entretenimiento” inteligente. Tiene mucho de autor, aunque es más amable de lo que creemos, con una complejidad que va ganando a medida que avanza el metraje y concierta sus detalles, en un trabajo de conjunto no tan fácil de lograr como creemos, necesitando el espectador de una cuota de atención y paciencia. Su sequedad prima en dos largas horas de duración, el cómo -y qué, en parte- nos muestra cierta ordinariez cotidiana, o en la propia elección de su criatura central, reconociendo que todo está justificado plenamente, mostrándose auténtico en dicha “originalidad”. A su vez recurre a la intensidad momentánea y fresca, con el rol de una pareja, la chica cool/light de la capucha que igual viene de buen hogar, y al rock pesado que estridente pone vitalidad, inquietud, fuerza, junto a las tantas emociones que se desprenden de un protagonista en buena parte hermético y controlado por fuera –con una supuesta solvencia, fijación y temple que contrasta con su físico- que se topa con situaciones intrínsecamente potentes o sugerentes, como lo de las prostitutas, el colchón quemándose en la calle, el frío escribano o las huelgas, como también excepcionales, en el ataque de un trabajador alcoholizado, en un giro notorio y complemento yéndose al campo.   

La historia se articula a través de Ariel (Felipe Dieste), que hace de tercer puntal, dotado de particular protagonismo, ya que tiene problemas motrices, nerviosos y vocales – y en la vida real- que no lo intimidan ni lo achicopalan, teniendo mucha seguridad en sí, sin ser un líder por antonomasia aunque parece capaz, sólo que falla mucho, luciendo engañosamente deficiente, porque actúa como lo contrario, se maneja a sus tempranos 25 años de edad con mucha coherencia. Toma muchos riesgos y se aventura en empresas humanitarias de orden extremo, pero manejándose en lo personal bajo una filosofía pacífica y de diálogo, en medio de una lucha popular –que no siempre tiene dirigentes o miembros saludables o idóneos para tratar las necesidades que los aquejan y ser escuchados- o de supervivencia, como con huelgas de hambre y manifestaciones públicas, universitarias o callejeras, basculando y queriendo ayudar a la realidad del proletario.

Ariel tiene una fuerte consciencia social, una verdadera, al punto de que ni los “malagradecidos” lo hacen mutar de sus convicciones, militando fervientemente, siendo un hombre con dinero. Ve desde adentro, como parte de ello, no como fría beneficencia, por los dependientes del estado (estudiantes) y los del capital privado (obreros de un frigorífico), en un aspecto formal y argumental, solución, reverso y “complicación”, el que sea una empresa de su propiedad, articulando un compromiso ideológico y una responsabilidad económica -por naturaleza- en pugna, aquí silenciosa, que se resuelve en el ideal y en la tranquilidad, habiendo una elipsis que le favorece en ese rodeo triunfal y de recurso artístico como de entusiasmo infantil con la moto, con la que salta charcos que parecen además un pequeño simbolismo. Su personalidad da a entender que es capaz de hallar salidas eficaces o ¿es que todas son buenas intenciones? El filme no intenta ser facilista, queda espacio para la interpretación, pero ésta apunta al optimismo sea el resultado que sea. Parte de la sencillez y transparencia de sus actos, sin que sea en realidad ninguna luminaria, rehuyendo el autor construir un héroe cliché, más bien tiene dimensión y presenta alcance desde la “normalidad”, la imperfección, la espontaneidad y naturalidad. Ve por la gente -humilde, primaria y, vista así en el filme, un poco salvaje o violenta- del campo que trabaja bajo las ordenes de un hacendado; para ellos el mismo sea quien sea, lo cual invoca un poco de ceguera, producto de malas experiencias, falta de fe, demasiado realismo. Pero el filme invita a creer, a pesar de todo.

martes, 5 de agosto de 2014

Refugiado

Película del director argentino Diego Lerman que estuvo en la Quinzaine des Réalisateurs 2014, que inmediatamente hace notar que representa un alto nivel artístico, estructural y secuencial, tanto como en sus trabajadas formas, demostrando que Lerman conoce muy bien el oficio, quizá demasiado que empaña el cariz (necesario por lo general) de la espontaneidad y naturalidad y el realismo que conlleva toda película. Existe una notoria hipérbole o harta centralización narrativa y un argumento bastante escueto, directo al punto, del que no saldrá para nada, sobreexplotada efectiva y diáfanamente. Recurre a tomas próximas que invocan presión y ansiedad, una estética visual que propicia el agitamiento, el acecho de la tumultuosa e impredecible “urbe” y la inquietud, o pequeños efectos desperdigados oportunamente que complementan el leitmotiv del terror hacia la locura del ser querido convertido en enemigo. Y es que todo confabula para generar un ambiente de pánico, tras un fluido escape frente a la sensación y manejo “invisible” (inducido desde afuera) de una persecución, siendo en ese sentido un filme que articula y depende virtuosamente del apasionamiento y la intensidad de sus dos protagonistas, una madre embarazada y su hijo de 7 años.

Laura (Julieta Díaz), la madre, llora a cada rato intempestivamente, lo cual mucho se denota como un efectismo, lo que ha estado bien y mal, pero tiene una fuerte razón de ser. Dependiendo del punto de apoyo es favorable en generar el clima, el anhelado y glorioso acondicionamiento, además de que tiene sentido en la trama como trauma y conflicto de expectativas, pero también mal porque no se pliega completamente al relato, no pasa desapercibido como recurso, predisposición y manipulación, se le nota demasiado las costuras, pero puede que haya sido algo inevitable, a un punto. Matías (Sebastián Molinaro), el hijo, pone las cosas más difíciles, al ser voluble, un niño tan chico, poco consciente de la realidad, ante sus caprichos y rabietas infantiles, con lo que tiene dimensión, complejidad como rol más no tanto como persona, al no buscar la empatía fácil, ya que resulta por momentos antipático. No obstante, es un acierto, aunque no nos guste del todo, teniendo su personalidad temprana, la que se mezcla con juegos de imaginación, candor, en parte frescura, e inocencia, paliando el conjunto de su personaje, y dando de respirar a la sofocación que representa una prioridad en el filme. Mamá y cría quieren/merecen otra vida, una apacible, lejos de la violencia familiar, y echan a correr alejándose del que ha dejado de ser un hogar, por culpa del que fuera, ya no más, su proveedor, protector y ser amado, ahora todo lo contrario, un hombre abyecto, inicuo, mentiroso, alguien en quien no se puede confiar.

El monstruo, Fabián, el progenitor, abusador y marido, golpea salvajemente a su mujer por problemas de celos, a la vera de la sinrazón, en una especie de enfermedad. Se ve en un inicio, aunque dicho momento carece de verdadera fuerza, pero la encontramos en tan ferviente y grandilocuente carrera en pos de refugio, y no se complementa del todo con él, no al mismo nivel, y es un defecto, porque con ello compatibilizaríamos mucho más con la historia, y sentiríamos crudo y en la piel ese terror tan bien manejado. El monstruo es mucho gaseoso, abstracto, de presencia predominante aun así, ante tanto movimiento y como imponente motivo, uno que yace ubicuo en el metraje, incluso cuando entra a tallar la calma. En determinante ocasión atravesada por ciertos diálogos y el contexto y concepto del campo misterioso y algo oscuro (aparte de la fotografía y el cromatismo que trasmite) el filme nada en el pesimismo, el espíritu de yacer en lo pasajero, o es que se trata de la elipsis de una reconstrucción mental en proceso, que sería otra historia.

La trama nos remite al desarraigo y al exilio necesario; primero el hueco, la extirpación de un tumor, en pos del espacio del mar y el paisaje sosegado; antes la lluvia o el dolor y el abandono y vacío perennizado de un carrusel, símbolo de la relación conyugal. El manejo de la “presencia” de Fabián ciertamente tiene de audaz, recordando y celebrando mucho la escena del ascensor y el encierro voluntario de Matías, rato de indudable lograda y jugosa desesperación, gran clímax, aunque con cierto toque manido y cierta figura de método. Sin embargo, su hegemonía ha requerido de un alcance mayor de background intimidador, y eso resta la trascendencia que invoca la atmósfera –de una claustrofobia que grita por liberación- tan bien retratada en su mayoría, en lo que consigue hacer sentir. Pero el ahínco y fijación del filme está loable, en lo que asumen e implican Matías y Laura, la cara de una avisada tragedia en ciernes, bajo la sombra de la muerte, que se padece en lo sugerente.  

Ésta propuesta cautiva, tanto como molesta, y esto lo digo como un logro de su arte, producto de su potente y latente tensión, es definitivamente valiosa; ambiciosa, aunque trabajando desde la trama mínima, detrás de una subyugadora y absorbente pero sumamente sustancial y visceral consecuencia. De contagioso apasionamiento, a pesar de padecer de falta de mimesis (algunos sollozos son escandalosos, y es peyorativo), y aunque es sugerente y delicada en varios lugares claves en otros no, a veces brilla la intencionalidad. Todo lo que hace que aun criticándola reconozca el enorme talento de Diego Lerman y de su propuesta cinematográfica. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Pelo malo

Uno siente inmediata emoción por ver la ganadora de la concha de oro del festival de San Sebastián de cada año, porque es un festival catalogado como de máximo nivel en el mundo, si bien no es que tenga seguido a una premiada que sea espectacular. Y viendo que es la última había más interés aún, contando además de que era latinoamericana. Pero muchos decían que era una obra pequeña, y que bastante había ayudado que el presidente del jurado haya sido el director americano Todd Haynes, quien es abiertamente gay, viendo que la temática del filme es principalmente sobre un niño con tendencia homosexual, que tiene el rechazo de su supuesta opción sexual por su progenitora, la que además pasa por un mal momento siendo madre soltera de dos vástagos, uno un bebé y el otro Junior, nuestro protagonista. La madre de Junior está desempleada y tiene harto carácter –no por nada es vigilante de seguridad, y es el único sustento de su hogar en tiempos de crisis en Venezuela, a puertas de la muerte de Hugo Chávez- que la implican más posesiva, determinante e intolerante (aunque suele estar siempre próxima a tirar la toalla con el hijo “rebelde”), queriendo defenderlo de una elección que conlleva cierta marginación, y porque cree que irá a sufrir mucho en la vida a ese respecto, para lo que el pequeño aunque muy ágil mental y con su ya fuerte personalidad, a un punto, no puede congraciarse y obtener el tan anhelado amor materno, que lo manifieste (véase el reproche de que ella no mira cuando todos lo hacen). Junior dirige las energías negativas de su progenitora, que suele ser intensa en sus actos, como quien tiene un peso encima que quiere desterrar, hacia poder alisarse el cabello, sin percatarse que es peor para él con ella, verse diferente (habiendo dos interpretaciones personales que chocan entre sí), señalando que quiere ser más bello, a lo que él llama pelo malo al suyo crespo, y que es un simbolismo de su virilidad en disputa.  

Visto el meollo del asunto todo apunta a que en efecto le ha tocado el corazón a Todd Haynes, lo cual más que un favoritismo injusto hablan de su honestidad para con la sensibilidad que le ha llegado, y pues el filme no es pequeño sino uno muy bueno, y creo que se están olvidando de arranque los detractores del hecho de que fuera de la temática, o mejor, a razón de ella tantísimo también, por el modo de manejarla, es definitivamente una gran película, y lo digo a secas como introducción, porque antes de adentrarnos en ella hay que dejar las cosas en claro, darle el lugar que se merece, el de ser una gran galardonada, una de excepción.

Mariana Rondón asume su temática central con aplomo, pero sugiere en buena parte -acomodando las cosas a su estilo y narrativa- ya que a su vez mucho se trata de arte, lo que invoca la lucidez de su trama e historia con un protagonista de poca edad en algo que puede ser delicado viendo que solo tiene 9 años, pero que se manifiesta con una seguridad que se traduce en sumo acierto. Ahí yace la atracción admirada/emuladora o simplemente precoz y primaria hacia el muchacho atractivo y masculino que le da fósforos, le hace bromas simpáticas o le presta una polera, que lo trata amablemente, que es su amigo adulto, o el choque en el ómnibus con un hombre desconocido y seguramente intimidante que advierte su inclinación delicada o que quizá solo se tropieza con él del apuro y la aglomeración y la madre reacciona con rabia al malinterpretar una especie de aceptación, un destino supuestamente oscuro, y es que existen posibles distintas lecturas, lo que exhibe una “necesaria” y sabia ambigüedad propia del cine de autor, que espera la inteligencia selectiva, compleja del espectador.

El filme presenta dos caminos. Uno es el de la abuela que acepta a primeras la vislumbrada opción sexual de Junior, por el interés de que el pequeño le retribuya y le cuide en el futuro, tanto que quiere hasta comprarlo, y para lo que trata de consentirlo en su deseo de salir en una foto escolar a su estilo soñado, no sin soltarle un poco de identificación de esa libertad que el autoritarismo y los prejuicios de la progenitora rechazan, en los movimientos de baile, la peluquería o en cualquiera de sus caprichos, echando vientos hacia su propia causa, para lo que éste quiere ser un cantante de cabello lacio, en donde la autora coloca una cierta intencionalidad a la vieja pariente morena en ponerle un traje que parece un poco un vestido, desde el glamour de carnaval del artista que se imita, el cantante venezolano Henry Stephen, al que se recuerda específicamente en su canción más popular, “Limón, Limonero”, pero que indican más un halo de paranoia infantil inducida por el auto-recelo producto de la contaminación ajena, lo que se espera de él en una nación que cree tener el pelo malo, no se acepta como tal, aparte de una sociología de la pobreza y la necesidad, bien declarada en la búsqueda de trabajo de la progenitora, que es de clase trabajadora y que debe recurrir a acostarse con su jefe para recuperar su empleo – y de paso darle una lección/mensaje de hombría a su hijo “confundido” en el deseo carnal heterosexual escenificado a “sacrificio” del que parece un anhelo incestuoso, pero que ahonda en un ejemplo universal femenino de placer y excitación con un hombre, un rol ausente-, culpa del caos que reina e invoca la enfermedad del presidente, la devoción ciega de un sector y el augurio del derrumbe de su mandato totalitario, o de una sucesión debilitada o enrumbada a la debacle. El otro camino es la imposición de la madre, y hay una delicia de acontecimientos que hacen de éste un filme destacado, para paladares observadores, comprometidos y sensibles (no exento de sumo entretenimiento), el plato fuerte, luchas, arrebatos (véase ese baile raro y bipolar que termina en explosión, más tarde rememorado como una huella de un posible trauma o más una decepción existencial), sensualidad, inocencia, exaltación, tensión seca, silenciosa, preocupación (muy bien tomada por los cuernos en la declaración honesta de Marta, la madre, al doctor), en medio de la llaneza del día a día, del despertar optimista, alegre, avispado, que se topa con los conflictos de los adultos, del que ha perdido mucho la fe y trata de sobrevivir, en un tira y afloja en el trato, por un cariño oculto en alguien de naturaleza recia, de poco sentimentalismo, práctica, simple, con un sentir de responsabilidad, una carga, un cansancio, y sobre todo una decisión.

Rondón maneja dos pensamientos bastante relevantes, aparte de la homofobia, en un juego de espejos entre sociedad y personajes íntimos. Induce a pensar en el racismo, hacia los rasgos negros como debilidad o menoscabo personal, de ahí que el protagonista quiera quitarse un rasgo afro (pensemos en la broma reduccionista de la foto del negrito en el estudio fotográfico); o bien dibujan políticamente los llamados bloques (esos que proporcionan una anécdota homenajeando La ventana indiscreta, 1954), las viviendas de construcción comunitaria de concepto socialista, como el país implicado en los conflictos internos de Junior, bien reflejado en una escena trascendental, en ese patio escolar, de corte militar, despersonalizado, castrado, dolido, abandonado, disminuido, de lo cual se desprenden distintas perspectivas sobre el gobierno venezolano de Chávez, en que observo de ambas interpretaciones, a favor y en contra. Junior antes yace atemorizado, confuso, deseoso sencillamente de ser amado y aceptado. El mensaje es pesimista, pero es un llamado de cambio.

La urbe se pinta de cuerpo entero en la película con apenas unos trazos, ayudada de la cotidianidad de un hogar humilde, habiendo mucho carisma e imponente personalidad a temprana edad departe de Samuel Lange Zambrano como Junior, como en su trato con su mejor amiga que nos hace pensar en Pequeña Miss Sunshine (2006), papel secundario pero que agrega al conjunto como con la abuela (que como reparto imponen mucha naturalidad, sentido del humor amable y realismo enriquecido aunado al valioso feedback que tienen con Junior). Junto va la dualidad que representa Samantha Castillo como Marta, provocativa, guapa, fogosa, temperamental, pero también ruda, ahombrada, seca, cuando quiere serlo, en su traje de guardia, en su pasión por ese trabajo (mírese su fijación, su asistencia a ese festejo y círculo laboral), un ser impredecible, rico en matices y emociones como el mismo Junior.

Conducta

Ésta película cubana dirigida por Ernesto Daranas tiene altibajos pero es de buena calidad. Nos narra la historia de Chala (Armando Valdes Freire, muchachito muy prometedor), un niño de 11 años que tiene un hogar conflictivo, con una madre drogadicta, promiscua, violenta y alcohólica, donde no hay figura paterna más allá de la que brinda la calle en un joven empleador -que podría ser su padre- de aspecto rudo en un tipo que hace pelear perros y le proporciona al pequeño el sustento para su hogar paseando y cuidando a los fieros animales. Chala entonces es un chiquillo problemático, principalmente en el colegio, al punto de que se le quiere mandar a una escuela especial de conducta donde van los más incontrolables especímenes escolares, pero como todo adolescente no es que los busque adrede sino es que se da por la personalidad llena de temple, intensidad, liderazgo y osadía que sobrelleva con una fuerte carga, abandono y tensión familiar, que a pesar de ello no le quita toda su infancia, cría y vende palomas además, y está enamorado de Yeni (Amaly Junco, bastante bien también, como cuando irradia fuerza en los rechazos hacia Chala; siendo bonita la seducción a temprana edad). Mientras tiene el gran soporte, vital en el enderezamiento y dirección de como reza el título la conducta, y la amistad de una longeva maestra ejemplar, Carmela (Alina Rodríguez), un personaje de carácter, de los que ayudan y se enternecen por el prójimo, de vocación, acción y humanidad, uno que quiere y consigue enamorar en parte a la audiencia.

La propuesta en sí se aboca a varios dúos, como el subtema entre dos maestras, que destaca del grupo (porque hay varios ejemplos, como los que han seguido los pasos de Carmela y son ex alumnos), la novata que debe aprender a velar por el resto, teniendo el caso de Yeni como prueba de verdadero sentido profesional, de dar un plus a lo ordinario, no solo cumplir. Un niña que tiene un padre metido en problemas con la policía y vienen de una provincia lejana, aparte de ser de nacionalidad palestina, lo que nos habla de una especie de xenofobia más anunciada o gaseosa que realmente trabajada en escenas o siendo condescendiente que se pretenda algo de fácil verificación, especialmente para el que no es cubano. Yeni por ello es vista como un patito "feo" en la clase, si bien es de agradable fisonomía, tiene sus amigos, es cosmopolita como con el flamenco y pinta como la más inteligente, pero teóricamente se le asume como una extranjera, extraña, como a su padre. El filme es la lección -y leitmotiv- de ver por los críos en proceso de emulación y disciplina, siguiendo los pasos de una legendaria y admirada profesora y mentor colectivo que lleva diez años más trabajando por encima de su jubilación; y que en otro dúo hace de “reposición” o llenado de un hueco de una especie de abuela para Chala. Carmela es esa mujer humilde pero importante, contraparte a una vida plagada de desgracias e indiferencias, la que sin su intervención sería simplemente la de la mano dura, despersonalizada, lejana, que ella desbarata y contamina de su esencia y apreciación consoladora y efectiva de entregar repetidas oportunidades traducidas finalmente en fe y cambio, que salvan a los peores alumnos del abismo y convierten su futuro en uno promisorio de éxito (habiendo un background confirmativo), en lo posible, ya que Cuba es bastante una ciudad pobre para su gente, como se ve en los escenarios usados en el filme de La Habana. Otros dúos son entre el difícil e “irrevocable” tándem de madre e hijo; el del supuesto padre que no sabe si es o no el progenitor, y su posible vástago; y el del niño y el anhelo de pareja, junto a grupos de maestros y pandillas/luchas escolares.

La historia es clara y directa pero recorre muchas vías de comunicación si bien tiene una temática fija, que no deja de ser compleja, con una estructura muy bien elaborada, bajo muchos momentos de fuerza, de exabruptos e iras que yacen valiosos, viscerales, lucen contundentes y reales, de los que destaco dos en particular que infunden compenetración con el espectador, la de la madre desesperada por el vicio indagando por la droga que esconde y no la encuentra, y el niño furioso escupiendo y arrojando su paga tras ver a un perro querido sacrificado inmisericordemente en una jugarreta por dinero. Es de destacar que el filme tampoco recurre al final más plano, se quedan algunos cabos sueltos, aunque queda en pie el hecho de hallarnos ante un filme de los que uno llama amables. Otros ratos pueden ser (en parte) endebles, algo prefabricados, es decir, vistos desde lejos, pero son los menos, siendo un conjunto amplio, habiendo de donde escoger.

Es una historia cautivante, que va a gustar a muchos, montada sobre algo que conocemos, pero que llega a generar su propia historia sin que uno sienta que nada sobre vacío o por un deja vu destructor, o uno que llegue a amodorrar. Logra no ser previsible. Nos llega a involucrar en su buena medida que es de lo que va, perpetrando (un poco) más que un buen entretenimiento, de calidad, con un mensaje altruista, sobre todo para aquellos que quieran dedicarse a la docencia, al servicio de los demás. Maneja bien la naturalidad de sus protagonistas y de las calles, siendo transparente, mostrando cierta belleza desde la marginalidad mediante lugares populares. Y hace uso del falso documento a un tiempo, en la carta de despedida, que se completa por fragmentos pasado el metraje.

Otro punto a recordar es la libertad que brilla en un lugar comunista, se hace una alusión sin mucha estridencia, pero que deja ver que hay que respetar la idea ajena, de la mano de lo que puede llamarse como “torpeza” para hacerlo mucho más tragable a esa vera, pero que se puede leer como parte de la idiosincrasia que genera el gobierno cubano, la pobreza y la necesidad de sustento ante sus condiciones, bastante dramatizado y llevado a uno de los peores ejemplos y consecuencias en la madre drogadicta y puta, no obstante elegido como un cuento, una ficción, pero que aun así deja pasar suficiente luz. El filme está contra los regímenes autoritarios, desde la acción noble pero la que permite se le vea discutible en su suavidad y posible inefectividad (se brinda un equilibrio, una condescendencia con el opuesto), poniéndolo desde la escuela. Se critica indirectamente o -fuera de entusiasmos- con levedad, por un relato independiente e íntimo, de que lo castrense no es la salida si bien no se toca al estado y a sus leyes, sino se exhibe y se clama por la voluntad, el ejemplo, la compasión, el respeto, la motivación, el llamado de la corrección y la disciplina del ser humano en general a través del entendimiento, como perdonar para enmendar la imperfección, la mala conducta. Es ante todo un retrato humanista, más que una crítica social o política que están como veladas, pero que se pueden entender tranquilamente como parte del fondo. El escenario habla un poco por sí solo, y eso le infunde una grata capa de arte, de buena mano. Filme no de los más grandes, pero que tiene su logro, lo que le hace recomendable.