jueves, 18 de diciembre de 2014

Inside Llewyn Davis

La filmografía de los hermanos Coen es una de las más cautivantes que hay en el cine americano de los últimos tiempos, donde paseando por ella encontramos películas de culto como Fargo (1996) o The Big Lebowski (1998), obras sumamente ingeniosas como Sangre fácil (1984) y Barton Fink (1991), o cintas muy entretenidas bajo un bendecido toque de autor como Arizona Baby (1987) y Miller's Crossing (1990). Pero aunque consiguieron el reconocimiento de los Oscar con No Country for Old Men (2007) por mejor película, director y guion, la última gala de la estatuilla dorada los dejó realmente de lado, lo que no es ninguna novedad porque éstos populares premios suelen cometer éstos errores, o tener éstas decisiones, ya que Balada de un hombre común, como se le ha llamado en Latinoamérica, o A propósito de Llewyn Davis, en España, es definitivamente una gran película.

Sabiendo sobre la banda sonora de O Brother, Where Art Thou? (2000), compuesta por T-Bone Burnett, quien trabajó con los Coen para que sea más que un acompañamiento, sino parte de la historia con los Soggy Bottom Boys, y que ganó un Grammy, uno hubiera esperado la llegada de Inside Llewyn Davis, es decir, una trama entera sobre la música folk. Sin embargo Joel y Ethan Coen no lo hacen de la forma tradicional (en base al triunfo, que a fin de cuentas siempre aparece, aunque luchado), más bien todo lo contrario, se trata de una mirada previa al éxito y su popularidad con la llegada de Bob Dylan (la ironía final del filme), por lo que nos ubicamos temprano en los mismos 60s en New York con un Llewyn Davis (Oscar Isaac, todo un descubrimiento) que tratará como el gato llamado Ulises, que en el camino adopta y es una metáfora, de encontrar el camino a casa, pero he ahí la delicia, atrevimiento y la originalidad del filme, Davis es el tipo “equivocado” o el hombre en el momento o lugar inadecuado, quizá solo una de las piedras que se lanzan al mar y que lastimosa e injustamente no llegan (tan) lejos, porque ¿quién nos asegura el triunfo?, todo es finalmente una lucha sin final prometido. En medio está el retrato de un antihéroe, un perdedor en toda regla, donde no hay muchas concesiones, clichés a favor o facilismos.

Tomemos de meta el pensamiento convencional, una escala de harta fama y alta economía, lo que es coherente a su vez, aunque a un punto, como en las palabras fáciles y precisas del Dalái Lama acerca del dinero en 4:44 Last Day on Earth (2011); porque como dice Davis en un exabrupto, es una profesión y no un juego o un circo, aunque acotando que influye su estado de ánimo, ya que también toca espontáneamente, sin más. El protagonista sólo sobrevive, la pasa tantas veces mal, de ello su constante enojo, aunque no sea pesimista, a pesar de sobrevolar en sus emociones el suicidio de su compañero musical, muerto sin originalidad, bajo un escondido humor negro que aparece leve a ratos, como dice el hiriente jazzista Roland Turner, un gran John Goodman, que participa de dos escenas de fuerte impresión, con el abandono del gato en la carretera –que describe de cuerpo entero a Davis, y veamos que se piensa bien no visitar a su hijo desconocido- y el exceso que suele reinar en el arte.

También le pesa a Davis su actitud, cierta superioridad y antipatía natural en la comunicación interpersonal, que ni su hermana lo aguanta. Lo deja enfático la continua descripción frontal de Jean sobre él, teniendo en cuenta como atenuante su promiscuidad; en una verborrea vulgar que más parece ironía y cambio de piel que torpeza simplista como personaje –menor- en el papel de Carey Mulligan, que además hay que decir que yace bella en cabello azabache. Esto recibe a cambio, en muchas oportunidades, o es acumulativo, una especie de energía, mensaje que puede ser no saber trasmitir empatía, más que talento. No obstante también reflexiona y como dice el título en inglés de “en el interior de Llewyn Davis” su música es producto de la sustancia, de mucha historia, sufrimiento, detrás. Pero igual sopesando que hay otros muchos como él, véase el personaje de Adam Driver. No se puede obviar que existe una buena cuota de ruleta rusa, en la retribución conceptual de un libre albedrio arbitrario/caprichoso por un lado, o como dice el productor, Davis no se amolda a un rol comercial, lo que implica implícitamente la identidad y la verdad, sumado a que por otro lado se ve que finalmente no quiere volver a creer -e intentarlo- en esa forma; ya lo ha hecho con fastidio antes como con la canción cómica que escribe y toca Jim, un Justin Timberlake apreciable como actor; lo que se traduce en el requerimiento de una salida menor, y es que no luce rentable, no tiene un don central/determinante de atracción.

Davis duerme en los sofás de los amigos, muchos lo ayudan a regañadientes, aunque otros son amables como los Gorfein, mientras toca en bares minúsculos donde las damas se acuestan con los dueños para poder tocar en el lugar; o son explotados a razón de cierto ripio que sostiene a quienes negociantes no tienen fe verdadera en varios de sus clientes, como cantantes. Pero ésta propuesta va más allá, es más que un cruel canto sobre la elección del arte como profesión (a menudo un verdadero drama), trata al mismo tiempo de la dificultad general y el realismo crudo de la vida, lo que deja en el aire una cierta poética maldita, que se ajusta muy bien al título latino; más trágica todavía mediante un quehacer dolorosamente irónico en aquella golpiza en la calle bajo un aire de cine negro.