lunes, 8 de septiembre de 2014

Perro Guardián

Ésta es la -a un lado intensa y a otro meditativa- película del momento en la cartelera peruana, o a eso aspira. Claro, como todas, me dirán. No obstante tenía su notoria particularidad con la elección del protagonista, dentro de un registro dramático y tenebroso; por ser el cambio de rol de Carlos Alcántara, Machín/Cachín, a quien solemos verlo en papeles cómicos, con lo que se ha ganado un lugar actualmente especial en el respaldo del espectador peruano, y que ha logrado éxito masivo con las películas Asu mare (2013) y A los 40 (2014), filmes populares que han batido récords en taquilla, pero que son cintas poco atribuidas a la noción de arte que debería aspirar cualquier cine, incluyendo el comercial, pero que han contentado al grueso del público nacional como se ha podido ver en su notable asistencia masiva.

Perro guardián (2014) es el debut de Bacha Caravedo y Chinón Higashionna, que han hecho un filme de entretenimiento con ciertos rasgos de autor, como lo hiciera antes El evangelio de la carne (2013), película a la que alentaba a ser la salida a la expectativa de un buen cine comercial nacional, en lugar y por encima de comedias y cintas de terror demasiado efímeras; que éste sea el camino a la cara visible del potente visionado masivo.  

Algo que me sorprende, a un punto, y por ello lo dejo correr, que no sea una excusa a priori, es que la vean o la anuncien como una cinta difícil de sobrellevar, por una llamada cualidad contemplativa, cualidad que me parece leve en el filme, que no sea en buena parte hiperbolizar, hacer gala de marketing o el vox populi, o desproporcionar una llamada lentitud en la narrativa, cuando es una “calma” que aporta más bien y no se siente mucho, salvo lo justo y necesario.

Carlos Alcántara es un sicario de muchos nombres, Rubén, Miguel o alguno más, que está metido en la introspección del horror que ocasionan sus asesinatos, los que son calculados, metódicos, profesionales y a sangre fría para la limpieza -con ordenes de arriba- del rastro del antiguo grupo paramilitar o de inteligencia militar al que formo parte, lo que representa una realidad conocida históricamente en el Perú, habiendo la ley de amnistía –ambientada en el filme en su revisión, filme que se contextualiza en el 2001- que buscó liberar de toda culpa a unos agentes militares durante la época del terrorismo. ¿Puede que esa oscuridad rememorativa moleste?, no creo, o en todo caso, no debería ser así, porque hay que verlo desde lo que es en realidad, un filme de entretenimiento, uno que sigue -aunque salvando las comparaciones- a propuestas como Léon (1994) o Drive (2011), sin lograr alcanzar, desde luego, su excepcionalidad. Perro Guardián resulta menor, pero con lo suyo.

El sicario que interpreta Carlos Alcántara es un mérito. Primero por salir del lugar de confort y arriesgar en un papel distinto al que se le suele ver, aunque Alcántara estuvo en un contexto similar, pero con un personaje más "alegre", en Ojos que no ven (2003). Ahí hacía de cómplice y ayudante civil -que se creía patriótico- de asuntos como el que actualmente retrata, antes escenificados de forma más básica, donde él se sentía atemorizado por lo que hacía el compañero que lo mangoneaba, y en sí era caer en un lugar no previsto en su magnitud práctica, por lo que ahora se trata de un salto a una mayor exigencia y hasta a otro registro. Segundo, porque construye un buen personaje. Aunque cuesta un poco verlo en un rol oscuro y violento, como por su voz que no suena tan intimidante y se le asocia por inmediata recordación a su contagiosa simpatía artística, entrados en el metraje subvierte todo indicio que minimice su caracterización (nos aclimata a su nueva interpretación), al ser manejada con la brevedad, rudeza y sequedad que se le escoge. No obstante el recurso de robotizarlo, no hacerlo hablar y que ande parco y en constante tensión y enojo no sea especialmente original, hasta que ocurre un desencadenante que aporta a la película, donde visualizaremos en una escena el sentido de sus silencios en una gotera, el destape de su hermetismo, que me recuerda a The Hole (Dong, 1998), aunque asumiendo distancia del tipo de arte que cada una es. 

Perro guardián experimenta con la cara de la enajenación. El protagonista pega páginas de la biblia en el techo, que lógicamente alude a Dios, pero es más como la idea de una voz lóbrega la que le dirige, que hace hincapié alrededor de la dualidad del fanatismo. Uno, el religioso, en un grupo evangélico, y al pastor y hombre redimido que siempre visita en su parroquia popular, que dirime un convincente -por medio de una vocalización enérgica- Reynando Arenas. Dos, por sus trabajos ilícitos, que se hacen sin rechistar y que son pagados dentro de una jerarquía militar secreta, que tiene el nexo con el que él mismo llama un burócrata, con el oficial Mendieta (Miquel Iza), que hace de un sujeto criollo ladino, pícaro y también discretamente bufonesco.

En la congregación cristiana yace también el padrino (Ramón García), del que se sueltan pequeños datos (drogadicto, terrorista, delator). Finalmente la elipsis de su persona queda cubierta, punto flaco en otras partes del filme, el revelar mucho de forma naif, como escenas del pasado militar compartido de El Perro Guardián, Alcántara; que bien gana su nombre en el aviso del periódico, lo que más que una muletilla es una estructura que está muy bien como background; en ello tiene a favor que todo lo operativo, la experiencia profesional, funciona como reloj, de forma sencilla, astuta y eficaz. No pidamos tampoco “imposibles”, que en ello salga de su cualidad de entretenimiento. 

Otro miembro de la congregación es la hijastra del padrino llamada Milagros, que está sorpresivamente mejor cuando dramatiza que cuando quiere ser infantil y simple, si bien en general funciona. Mayra Goñi es una buena elección, como que cante no de forma espectacular, pero consigue algo rescatable, y en eso surge una escena de las que recordar, en la fusión de la dualidad y leitmotiv del filme (la devoción ciega y extrema).

Perro Guardián perpetra además una estética y un tono, medio tétrico, el hueco en el techo incluso llama la atención como terror japonés, y no pasan desapercibidos sus cromatismos hacia el amarillo y el turquesa. Otro punto que no deja de notarse es su pequeño neorrealismo, ¿qué?, el de ese drogadicto del restaurante, y ese vago limosnero de mal aspecto en el ómnibus (aun como una amenaza vista desde lejos y más que todo novelesca), tienen un aspecto muy natural. Y no puedo dejar de agregar que los lapsos de intensidad están bien coreografiados, son secos, rápidos, sin disfuerzos y con un toque artístico. 

El filme se puede dividir en tres partes, y de ahí que sea como uno lo mide como resultado. El arranque hasta bien avanzado el metraje, ver el desenvolvimiento de un personaje un poco manido pero en buena parte efectivo. Después, el cambio hacia la locura, corto pero la esencia de la celebración de la propuesta y un salto argumental. Y el desenlace, en que se vuelve un antihéroe en toda gloria, como para la fotografía, hasta un “descarrile” de entusiasmo, siguiendo un poco raudo a Travis Bickle, pero que más se define en el género de acción, que no es nada despreciable. En general se queda fuera de seguir toda la cualidad de autor de una película como Días de Santiago (2004), de la que digamos que retoma la historia. Pero hay que juzgarla como un entretenimiento de cierto nivel, con rasgos de autor, que queda bastante bien, aun con puntos en contra.