sábado, 18 de enero de 2014

Pather Panchali, Aparajito y Apu Sansar

Abordo otro bastión del séptimo arte, el cine de Bollywood, de la India (dicho a grosso modo, ya que éstas pertenecen específicamente a Tollywood, al estado de Bengala Occidental), que es uno de los más amplios y auto-suficientes del mundo. En mi anhelo de visitar toda opción que produzca interés especial dentro de la gran pantalla que mejor que partir de uno de sus nombres más importantes, el de Satyajit Ray, tocando su obra maestra, la trilogía de Apu, Pather Panchali (La canción del camino, 1955), Aparajito (El invencible, 1956) y Apu Sansar (El mundo de Apu, 1959) siendo Aparajito merecedora del fipresci y del león de oro en el festival de Venecia de 1957. Se trata de la historia de Apu que en cada película va creciendo, desde su nacimiento en la primera hasta quedarse de niño para pasar de ese estado a joven en la segunda y adulto en la última, en medio de un habitad humilde que comparte con su padre, un sacerdote hindú y poeta; su madre, una ama de casa que trata de sobrevivir con una baja economía; su abuela vagabunda y su intensa hermana mayor, la que aún no toma responsabilidades serias en su cultura; pero que irá perdiendo hasta quedarse solo y buscar su propio camino.

Es un retrato social tanto duro como enternecedor, pero de esas historias que no se regodean en la lágrima aunque muestra constantemente el dolor de la pérdida, se sufre pero se proclama continuar con la vida, reponerse, entenderlo, enfrentar un reto de hondura emotiva, de trascendencia existencial, de crecimiento interior. Y todo desde un contexto sumamente sencillo, austero, atractivo y sano en lo rural, pero que también retrata la ciudad, sin rechazo, pero teniendo retos y dificultades que vencer, como a su vez los hay en el campo; cuando Apu de chico se muda un tiempo con sus padres, cuando se va a estudiar, o de mayor termina viviendo en Calcuta. Es un filme bastante folclórico donde se ve lo autóctono con una belleza y diafanidad digna de los máximos orgullos. Todavía más desde una familia de clase baja, pero instruida y con buen nombre desde su posición social, ya que suele versar mucho la ética y la moral en estos tres filmes, el respeto de los mejores comportamientos, que no impiden travesuras y mala-crianzas infantiles, enérgicos reclamos o depresiones que generan abandono, solo que el tono es de una calidez dominante, brillando como parte no solo la simpatía, el encanto, sino los buenos sentimientos. Es un cine amable, familiar, que retrata la vida desde un orden distinto al nuestro, pero a su vez valga la redundancia igual en nuestra humanidad, conflictos, mortalidad, necesidades, sueños, tristezas y afectos.

Es importante notar la construcción de su realismo, su deseo de que veamos su forma de vida desde lo más mínimo, su día a día, bajo una lograda composición artística que arropa al espectador y lo sumerge en un mundo, su aspecto formal, su tono, su música que acompaña como identidad cultural y que invoca intensidad, alegría o meditación. Su gesticulación articulada y sus estados de ánimo en primeros planos. Es una aclimatación total donde los diálogos son hasta secundarios por debajo de sus imágenes de cotidianidad que se dejan comprender con facilidad y generando complicidad, como en la ilusión de ver pasar al tren –los rieles que simbolizan nuestros vaivenes- o de bañarse en el río, el comprar dulces baratos pero sabrosos de los ambulantes, el estudiar y descubrir la ciencia y a los genios universales, el compartir momentos de felicidad, el ser gentil, humano y ser optimista aunque a veces haya que atravesar duelos y estados de limbo para luego renacer.

Tiene cabida lo individual y lo colectivo, no discuten entre sí, más bien se complementan y se aceptan mutuamente. Tiene, claro, a lo autóctono como a la religión o lo que exige su sociedad en cuanto a lo clásico -que tiene mucho de arcaico, no lo niego- por gran repercusión en sus existencias, y buscan complacerle más que luchar contra ello. Hay respeto hacia las creencias, lo popular, la gente y la convivencia y lo que implica asumirse en esos parámetros. La sobrevivencia va de la mano con la vocación, y los sueños en ello ofrecen una personalidad que se defiende a pesar de las preocupaciones y carencias que eso produce. Hay un aura por vivir bajo la realización de la libertad aun sobrellevando la consecuencia de la precariedad, y el ejercer oficios para alcanzar metas personales, siendo un motor y centro de gravedad la familia y el amor que debe acoplarse, pero que influye en mayor o menor medida, y a lo que hay que superar y enfrentar también para sentir y existir en nuestro yo. Su espíritu es el de los clásicos y su convencionalidad y frescura, su toque tan sensible y sin complejos al respecto, aporta una esencia que cautiva porque es segura y potente, atemporal, universal. Vibra la candidez y el goce pequeño, la tontería y el sentimentalismo.

Las tres como es lógico siguen patrones, se parecen bastante, invocan mismos recursos y formas, tanto que Satyajit Ray matiza y escoge o se extiende desde lo mismo; es la ruta de la vida, donde hay que entender mucho a la muerte, punto álgido de las historias y de la existencia, mientras se va saliendo adelante. El hijo en Aparajito escoge destetarse, que es algo natural, aunque yace la particularidad de la dependencia del cariño que él representa para una madre solitaria; más tarde plantea lo contrario, en Apu Sansar, acercarse a la esposa, ser a través de ella, no obstante debe padecer como una especie de injusto karma el mismo trance que su progenitora, incluso en peores circunstancias, para luego regresar, amar nuevamente, es un ir hacia un punto principal en una oportunidad y en otro alejarse, una y otra vez, ese es el “meollo” del asunto.

La humildad en estos filmes es de suma complejidad, siendo parte de la idiosincrasia cultural de la India que puede resultar muy instructiva y novedosa para los que viven mucho lo occidental, se puede ser feliz y respetable a pesar de los problemas, como soñar y hallar la realización aun sobrellevando limitaciones. Fomenta un mensaje profundo, que no engaña, que se da desde la claridad y lo transparente. Se destaca un sentir mayúsculo que envuelve y rige sus propuestas.