sábado, 9 de noviembre de 2013

The bling ring



Una de las engreídas de un reconocido y popular cine independiente se llama Sofia Coppola, la directora que nos convoca en esta oportunidad, y que suele versar sobre una temática muy reconocible en su hacer cinematográfico, el vacío existencial en la opulencia, y hasta en la fama o en el atractivo físico, hablar de la superficialidad, de tenerlo todo en la vida y sin embargo no ser feliz; en ello se mueve con sumo conocimiento, nivel creativo y estilo, y eso se imprime en su nueva película, que trata de los chicos que sueñan con tener la riqueza y el despilfarro, la notoriedad egocéntrica pero banal, de socialités, modelos y hermosas estrellas de Hollywood como Paris Hilton, Miranda Kerr, Megan Fox o Lindsay Lohan, y no se les ocurre mejor forma, viviendo la facilidad de la ambición contemporánea, de entrar en sus desprotegidas casas y simplemente robar sus fastuosas prendas, zapatos, dinero y joyas, idolatrando la moda, la suntuosidad y a esas efigies famosas de la cultura americana que son la oda del capitalismo y el materialismo más vanidoso y exhibicionista del planeta.

Un artículo en la revista Vanity Fair, escrito por Nancy Jo Sales titulado “The Suspects Wore Louboutins” (los sospechosos usaban Louboutines), fue el material inspirador que emocionó a Coppola para llevar a cabo su adaptación al cine, lo cual resulta bastante natural de imaginar ya que le cae preciso en lo que suele ser su esencia en el séptimo arte, siendo una recreación que brilla en la madurez de la directora, tomando mucha sobriedad en como lo ha llevado a cabo, tanto que se le puede atribuir demasiada simpleza a su filme, una obra sin demasiado riesgo y que más bien busca -digamos que en parte fácilmente- la complicidad de la actual generación juvenil de las ubicuas redes sociales, aunque dejando en el aire una crítica del mundo que los retrata o al que aspiran llegar a tener en las celebridades pop de la juerga y lo mediático exuberantemente visual, y eso denota una voluntad de trascender con el arte, aunque sin caer en paternalismos ni en cátedras de comportamiento. No obstante, su buena estructuración o su expansión en hora y media de metraje bien dosificado y expuesto sin agobiar en la reiteración, indudablemente posee una buena cuota de talento y experiencia consolidada. Los robos incluso varían en la forma de filmarlos, como uno grabado en un zoom desde la distancia espiando el movimiento de los asaltantes en las distintas habitaciones de una mansión robada, o a través de una cámara supuestamente de vigilancia que imprime un color verde en su formato o, también, claro, de forma común como cualquier película.

La historia explícitamente se trata, aunque suene inverosímil de creer, de abrir las puertas sin cerrojo, trepar las cercas de baja estatura o buscar de la manera más inocente las llaves debajo del felpudo. El filme nos muestra a cinco chiquillos, principalmente, de escuela secundaria y de buena condición social aunque no al mismo nivel económico de Paris Hilton y similares en donde el ingreso es ya astronómico y excepcional, hurtando una suma desorbitante en objetos adquiridos de finos diseñadores de moda; lo hacen sin armas ni violencia de por medio, esperando que la víctima esté fuera del hogar en alguna fiesta que era revisada por internet en los enlaces de chismes de la farándula de Los Ángeles. Sofía Coppola apuesta por rostros desconocidos, aunque tampoco es tonta y utiliza además pero en segundo plano en realidad, a una virtuosa e híper notoria Emma Watson que no solo sirve de gancho publicitario sino que ella misma da la talla y más, aprovechando la convocatoria en una imagen sensual y engreída creíble de una ninfa del clan de los Bling Ring, impresionando en los cortos ratos de provocación adolescente que estila en su deslumbrante belleza estilizada y que nos recuerda a Kirsten Dunst, en otros formatos interpretativos, en propuestas anteriores de la directora.

La historia se sostiene de una novata, Katie Chang, que interpreta a Rebecca, la que lidera, promueve, imagina y articula los robos, lo hace con una actuación natural y de suma sencillez, con dominio y tranquilidad que puede engañar al espectador en su calidad de principal frente a Watson que inmediatamente se deja ver, aparte de que a la otrora Hermione el papel que le toca es más rabioso en su vacuidad y estupidez, de la que se deja una línea tenue sin convertirla en caricatura pero haciendo escarnio sutil de a quien representa (el final con la web es como una bofetada a su estulticia). Chang luce humilde en su perfomance; sin embargo logra manejar muy bien la exuberancia de los deseos y la parafernalia del líder juvenil, ya que en el meollo del asunto son chicos “que quieren ser” más que “ya hechos” como diríamos, y son pedestres aunque ambiciosos, e inútiles como la mayoría en el mundo. Queremos muchas cosas pero no sabemos cómo obtenerlas, sobre todo las de tamaño desmedido y costosas; no es tan fácil adquirir un estatus de privilegio, y es que a gente como Paris Hilton le viene de gratis, y solo saben explotarlo con desparpajo y loca irreverencia y confianza.  

Dentro del grupo de los Bling Ring pasan distintas resaltantes y determinantes características de la actual juventud, la angloamericana, que se emula o nace con similitudes humanas también en el mundo, siendo una sólida carta de presentación o radiografía de ellos y el tiempo en que vivimos, como imitar y admirar por cool la música hip hop, sucedánea de lo más atrevido que es como una búsqueda constante de la edad y rebeldía que se admira, de los “pandilleros” afroamericanos, y toda su cultura de extravagancia, mal gusto e insolencia, en su vestimenta y forma de hablar, con monosílabos, faltas de respeto aclimatadas al léxico, malas palabras, jergas y una simplificación verbal y mental en el comportamiento, y es vistoso en la guapa rubia Chloe (Claire Julien, primer papel mayor en el cine luego de ser extra en otra película). Así mismo es la impulsividad e inconsciencia de Sam (Taissa Farmiga, la hermana más pequeña de Vera Farmiga, y que yace en su segundo papel), que es como una rémora autómata de su hueca hermana de cariño, de Nicki, Watson. Y hay que mirar con detenimiento a Israel Broussard como Marc, el único hombre del grupo de ladrones, que se ve muy prometedor como actor a sus 19 años de edad y es la verdadera sorpresa de la película (en su tercer largometraje de cine). Él, como protagonista, alberga más complejidad de entre el conjunto, describe de que trata la película, el mensaje y la esencia del filme; es en quien se solventa la fuerza del argumento, aunque sea pupilo y cómplice, y no la cabeza. Es el que despierta sentimientos en el público, y al que Coppola también le tira algún dardo envenenado o apropiado dado el caso, como a todos sin distinción, porque la directora no se amilana y como buena artista expone todas las aristas existentes en su propuesta, lo negativo, lo positivo, lo feo y lo bonito, que tiene de todo en su imparcialidad de cuentista y retratista en profundidad. En él hay humanidad aunque error y un deslumbramiento que le genera un autoengaño que no solo es suyo sino general, de muchos, aunque en distinta medida y necesidad, y a donde Sofia apunta suponemos en su altruismo escénico e ideológico, si bien parece ser mucho su punto de identidad y tiene seguramente parte de su negatividad/“descredito” y conformismo y hasta su banalidad (¿no lee Vanity Fair?). Le dice un periodista, ¿Marc, que se siente ser un soplón?, pero también vemos que la policía lo engaña diciéndole que su mejor amiga ha huido y no es del todo así, aunque a la hora de los castigos se ve que el gallinero se alborota y corre cada uno por su cuenta, aunque Nikki es la más traidora, mientras Marc lamenta la lejanía con Rebecca, en su silencio y rechazo en el juicio o en su amistad rota –valga la ironía involuntaria- en facebook. Ha habido buena creatividad con su ilustración, notorio al dejar ver su homosexualidad pero con tino e imprecisión, como parte de esa admiración al lujo y la moda.

El filme tiene su propia intensidad aunque se trate de niños mimados y al fin y al cabo inofensivos en cuanto a peligrosidad (pero que obviamente merecen contenerse en la sociedad sino eso crece y empeora, o da señal de impunidad como comunidad y orden regente), más que de fieros e intimidantes criminales. Ésta no es la típica historia de violencia, sexo y drogas que solemos perseguir en el ecran para que nos transporten a la sensación de vivir a través de unos verdaderos hijos de puta que nos llenen de adrenalina y fuerza emotiva sin sentirnos directamente involucrados, de la ilusión de lo genial en lo delictivo. Lo dice todo una frase, idónea y contundente ante la absurda notoriedad aplaudida de sus contemporáneos, EE.UU tiene fascinación por Bonnie y Clyde, suele rendirles culto, mezclándose con el deseo de darle cierta cabida al outsider, una añoranza del que yace abajo aunque no se acepte uno así. Pero tiene de todos esos elementos en audacia como su propia historia en sí lo es, en un cariz como el del contexto idolatrado, muy suave y conforme, refinado, paradójicamente -para lo que quiere representar- de corte amanerado de cierta forma, donde obnubila el placer, el ego inflado, la fiesta, el derroche, el ser aparentemente el mejor, el más atrevido y el éxito del lugar; de ahí que se vanaglorien con sus delitos, con haberse metido en casas de famosos y llevarse sus pertenencias, y luego tomarse torpemente fotos con todo lo extraído y colocarlas orgullosos y heroicos, especiales como sueñan ser, en la red. Olvidan la pena que tarde o temprano caerá al dejar pruebas y estar fácilmente expuestos a ser descubiertos por la policía. Pero, la superficialidad implica reflectores, fotos, gente observando, glorificando y gritando nombres, fanáticos, en otras palabras zombies, y de ello su auto-publicidad criminal, que articula una (a veces muy cotidiana) inocencia al no ver la gravedad en toda medida de lo que están haciendo, sino disfrutar desenfrenadamente de lo que obtienen, momentáneamente.

Estamos ante un relato controlado pero dinámico, sin sobresaltos efectistas tanto que su sensualidad –una importante estética del filme- es elegante, pero con los pies sobre la tierra, muy atractiva y espontanea dentro de la inmadurez de sus personajes, en que se extiende sobre lo necesario y gusta de sugerir pero dejar ver aun así más que suficiente; se explaya mucho desde lo intrínseco, y tiene ritmo como el que describe, que vibra en la particularidad de su historia, respetando lo que cuenta y lógicamente apostando por esto (como se diría, allá quien no sepa valorarlo), solo que tal cual. Cumple con todo, es inteligente, rehuyendo (como proyecto) no ampararse formalmente en la banalidad, solo contando la historia de ésta, sin que sea demasiado arduo tampoco, sino equilibrado.  La propuesta se convierte en un observador total de cada recoveco juvenil, a la luz de la grandilocuencia contextual; presenta una lectura nueva y eficaz, con bastante cercanía pero menor a su vera a una de las mejores películas de Sofia Coppola, Las vírgenes suicidas (1999). No será la película que emule el máximo estado de gloria de su filmografía, Lost in Translation (2003), gracias a la hondura existencial de esa obra y su franqueza, modernidad y transparencia en su forma de mostrarla, pero es una realización con personalidad, vasto control, buena factura y una trama solvente bien concebida, que tiene ratos decisivos como con esa música tan pegajosa, que la puedes llegar a odiar eso sí, “Crown on the Ground” de Sleigh Bells que abre el filme en los robos. No cansa sino más bien agrada y rápido, y eso de un artículo convertido en filme elogia mucho la dirección de Coppola, que sea dicho de paso aquí nos convence sin que tampoco haya que reventarle demasiados cohetes, dado cierto grado de austeridad que le ha jugado un poco en contra en una medida. Encumbrar indirectamente a Paris Hilton, más sus símiles, observándolo a través del rastro de anhelar robarles un poco a su germen inicialmente no parece un motor tan cautivante para muchos espectadores (tanto como otros caerán rendidos como abejas a la miel), pero si como complemento de sus perpetradores, sus actos punibles y lo que representan al generar una buena auscultación juvenil tratada con noción, buen gusto y técnica.