domingo, 27 de octubre de 2013

El evangelio de la carne

Que nuestro cine no sea muy bueno quizá sea verdad en general, somos un séptimo arte de obras contadas destacadas, de sólo algunas pequeñas joyas en medio de un conjunto fallido y aunque duela decirlo pobre, no tan rico, o que suele ser conformista, nos solemos quedar con simplemente dar algo para nosotros sin que trascienda a un nivel artístico, rescatando que sobresalen dentro de todo algunas muestras de audacia, curiosidad, particularidad y buen hacer indie de vez en cuando. Pero, ¿qué del entretenimiento?, creo que todavía estamos lejos de combinar buen hacer cinematográfico, algo de interés y profundidad con algo que atraiga mucho público, si bien hay dos ejemplos de éxito con Asu Mare (2013) y Cementerio general (2013) que han logrado recaudar sumas altas en cuanto a nuestra tradición de negatividad hacia nuestro cine. No obstante, bajo las características antes señaladas, el arte en medio del cine mainstream nacional todavía está lejos de ser lo que uno quisiera para nosotros, y viendo El Evangelio de la carne uno puede atisbar que es ahí donde puede estar la luz o el camino, poner como en el magma de esta película la fe sobre ella y similares, sobre lo que queremos que sea, porque la quinta película de Eduardo Mendoza cautiva dentro de una trama conocida, un lenguaje cinematográfico fácil de identificar con un cine de masas, pero otorgándose pinceladas y giros de autor, como debe ser este tipo de entretenimiento si tiene aspiraciones encomiables.

La trama se centra en tres historias entrecruzadas. Una es la del fanático de Universitario de Deportes, líder de la barra conocida como los Húsares, Narciso (Sebastián Monteghirfo), que tras un accidente grave con un atropello tiene a su hermano menor a punto de ir a Lurigancho y quiere ayudarle a afrontar el juicio. Otra es la de Félix (Ismael Contreras) que ha estado en la cárcel y su mujer con sus hijos lo han abandonado, mientras actualmente es un estafador en busca de redención y que tras un intento de suicidio lo halla en la Procesión del Señor de los Milagros. Y la tercera es la de Gamarra (Giovanni Ciccia), un policía que tiene a su esposa muy enferma y que lo mantiene en estado de alerta y preocupación. Los tres verán sus conflictos confundidos entre sí en medio del mes morado donde la fe será lo último que les quede, la cual puede ser vista no sólo a través de la religión sino como con Narciso con su amado equipo, donde se siembra la ambigüedad, un acto ciego, un recurso o una forma de vida, una que puede degenerar en pandillaje como las tragedias que se ciernen sobre las barras u otra donde un hombre encuentra la salvación.

Entre lo mejor de El Evangelio de la carne (2013) está el buen manejo de las historias que salvando algunos acontecimientos vistos con facilidad se hace impredecible a un punto elogiable en medio de su capacidad de empatía general, provocando que brille el drama, junto con la intensidad de una ciudad caótica que tiene sus personajes melancólicos y trágicos, de donde vemos a un Félix constantemente compungido, asumido desde ese buen tatuaje que hace de señal de santidad o de perdón. Junto a él está un policía al que todo le sale mal, y un barrista que por vivir en medio de la violencia ésta le cobra la factura una y otra vez. Se impone la lógica de la vida en donde no siempre hay finales felices, y la gente no es ni mala ni buena, sino tiene de ambos mundos, tanto pecados, defectos, como virtudes; y se mueve en decisiones e imprevistos que le acarrean consecuencias y un azar, una desventura o alguna esperanza. En ello yace el toque de autor, en convertir el relato en un melodrama llegados los desenlaces, en sucumbir al orden de la “derrota”, que nunca es definitiva si estamos vivos y eso queda en el aire aun vislumbrando el final o el devenir futuro, y lo hace con buen pulso y sin regodearse en la vaciedad de un artificio, tiene credibilidad.

Está muy bien ser detallista y preocuparse de líneas menores, en ello el filme abre puertas a la complejidad de su entramado, como con el policía que hace Lucho Cáceres (un actor que sorprendentemente, siendo honesto, quien lo diría, tiene talento para el cine o promete y espero que cumpla, que siga creciendo), que es la esencia de lo que se maneja, alguien con matices y que puede ser simpático y luego alguien terrible. Con él las peleas de mma en la clandestinidad y las apuestas enriquecen el submundo de Lima y lo hacen sin ser risible y con apenas presencia, con breves momentos, que incluso funcionan con el mafioso que representa Aristóteles Picho, en un papel temerario, un lugar que suele siempre fallar y no lo hace. Es un logro imprimirle a la historia un lado autóctono sin hundirse en el lugar común, la pollada o la piratería funcionan; y en especial ese baile provocativo de la chica de 17 que sigue al policía y que suma (más su concepción) ya que las recreaciones escapan al recurso fácil y se pegan a cierta originalidad sin alejarse de la realidad. Los cambistas, la procesión, las comidas ambulantes, algún cerro sobrepoblado que vigila lo urbano o los Húsares logran existir en la ficción. El que falla un poco dado un aire de levedad que juega a favor como en contra es Giovanni Ciccia, luce flojo recreando la profesión de policía al no haber casi elementos identificadores, y a su vez no llega a ser contundente con la seguridad y fuerza que suelen desplegar, Ciccia muestra un rostro hierático o siendo indulgente de recurso mínimo, le falta una pizca de mayor variedad expresiva, aun logrando parecer alguien ordinario, que se puede decir natural, pero que lo lleva a cierto extremo que debería sugerir más. Vemos a la actriz Jimena Lindo como su pareja, la que enseña sensualidad y belleza atípica a su imagen cotidiana, y tiene algún clímax que no está nada mal y que pudo explotarse más, quedándose en un personaje secundario o más un motor que un rol, pero suficientemente llamativo para aplaudirle; puede que darle sólo el rato justo haya ayudado en buena medida para no caer en el error.

Este es un filme entretenido que va más allá de revestirse de lo efímero, y lo hace anhelando la capacidad de atracción colectiva; está bien hilvanado, con algunas escenas ingeniosas como la revelación del tatuaje cuando se van a extraer ilegalmente unos órganos (otro momento en donde se aprovecha la realidad con creatividad y sin complicaciones) o el lapso en la cornisa y el encuentro de la fe; la trama ofrece sorpresas como con el disparo ante el vómito (economiza visualidad y es un tipo de cine que en su registro funciona, es un recurso de un cine de autor que prefiere no complicarse e impregna al conjunto de naturalidad, brevedad e imaginación); tiene giros atrevidos que atinan, es ambiciosa en una medida, aun siendo muy clara y proyectando que tiene mucho control de su trama, se explica bien, no se enreda ni es compleja de seguir. Los personajes tienen sustancia, el filme destaca como un trabajo coral, aun teniendo un centro marcado en tres protagonistas, como con la devota que encarna Ebelin Ortiz, una voz de consciencia, un ángel de la guarda, pero humana en sus inquietudes y reproches, o el barrista del mismo equipo que juega a amigo y enemigo, a tramposo y a soporte en la (absurda) batalla callejera. Enriquecen el panorama y aunque parece esto normal en una película, se suele descuidar muy seguido en nuestro cine y Mendoza sin crearles un mundo demasiado exigente les da forma, lo suficiente para no ser planos y aportar al conjunto desde sus ubicaciones secundarias. Definitivamente es una buena película, aunque no revolucione nuestro cine, salvo que le pone nivel al entretenimiento y es inteligente sacando provecho a un cine amplio, al que le reviste de personalidad, sin álgidas particularidades pero con su propia imaginación dentro de coordenadas aplicables a la recepción amable, valga la paradoja de una Lima trágica a fin de cuentas, aunque la ciudad yace incólume e intacta, los que se mueven son sus microcosmos, sus historias, unos ciudadanos de tantos, que brillan en la supervivencia, dentro de la intensidad de estar vivos; y se sufre pero se sigue con fe, mientras somos carne.