viernes, 9 de agosto de 2013

El verano de los peces voladores

La primera incursión en el largometraje de ficción de la documentalista chilena Marcela Said pone de manifiesto el conflicto mapuche, contextualizándolo en la residencia en el campo del latifundista ficticio Francisco Ovalle (Gregory Cohen) quien tiene la obsesión de eliminar a los peces de su lago. Él enreja sus tierras dentro del capitalismo y su condición legal de propietario, y con ello brilla el descontento de la comunidad aborigen mapuche que quiere cazar libremente por el terreno. Aquello es apenas un esbozo, algo muy sutil, y más es la aclimatación de esta parentela oligarca y en todo derecho con lo que parece su vivienda de verano, que no temen ninguna rebelión, sin embargo pequeños detalles hacen sentir anidar un conflicto en ciernes, como cuando aparece la policía preguntando por un incidente con el arma de fuego de un guarda del fundo que hirió a un niño de la zona, y entre los hermanos Ovalle y un cercano a ellos hay una pequeña visualización de un posible problema. No obstante todo es muy indirecto, mientras se nos describe a los integrantes de la familia dueña del lugar en su discurrir ordinario, los que hacen sentir su  voz en su territorio y pasan un agradable momento departiendo entre sí aunque salten bromas pesadas, soberbias o algunas distancias en su habitad; conviviendo con empleados que pertenecen a la comunidad, y son como el eslabón que mantiene en calma la interrelación entre ricos y pobres, aunque la línea de la personalidad en general siempre sea corta y veamos a Manena (Francisca Walker), hija del propietario, ser sencilla y amigable con Pedro, un empleado próximo a la gente del pueblo araucano.

Hay muy poco del conflicto mapuche  a la vista y es como dice la autora, mucho una atmósfera, soterrada, que recorre por debajo de la trama, pero que comparte espacio con lo intrascendente, principalmente algún capricho de Pancho Ovalle, ciertos humores y comodidades, y las aventuras veraniegas de Manena enamorada de un joven pintor; amigo de su familia, un muchacho seductor; como fumando marihuana o yendo a bailar a una fiesta popular, por Pedro. En sí es cine de vivir lo cotidiano, lo simple y conocer a los distintos personajes a la vera de ello; así se pasa toda la película sumando descripciones como si fuera un reloj de arena, de grano en grano, para conocer un poco de ellos. Vemos que el conflicto no tira para un lado totalmente, aunque parece criticar en buena parte la actitud de Pancho aunque reconociendo que el latifundio es suyo; la autora parece apuntar a compartirlo para que cohabiten de alguna forma.

En el filme vemos dos posturas, la del padre que es reacio a doblegarse ante nadie sintiendo que el lugar es todo decisión de él, que nadie lo coarta ni influye en sus deseos, y la hija que aunque yace distraída madurando y viviendo un tiempo de verano se muestra más  sensible al entorno, y trata de hacerle ver a su progenitor que debe ser más compasivo, ecuánime y condescendiente.

Uno puede implicarse sabiendo de que va por debajo la historia, en un tema importante para Chile, el enfrentamiento entre las llamadas reivindicaciones comunitarias frente al derecho a la propiedad, la intimidación o la explotación, lo colectivo y lo individual, lo pasado y el presente, y que aparte de ser cultura general para el resto de espectadores es una temática universal como una lucha de clases; o como más tenderá a pasar porque muchos ni se enteraran, se verá simplemente un latifundio y una familia con sus particularidades, su sociabilización, sus molestias, su entretenimiento y sus afectos. Unos padres distanciados y una hija en crecimiento que empieza a juzgarlos, y puede ser algo muy pequeño. 

La hija dolida adormecida en el agua es una imagen que articula una transversalidad que pasa por la indiferencia y egocentrismo de su gente que no asume una responsabilidad que debe –y tendrá que- aceptar resolver. Es un llamado de atención, viendo el escenario simplemente, mientras los peces vuelan por los aires por absurdas detonaciones en el agua. Se trata de “anécdotas” por encima del llamado de la historia por labrar de Chile, y todo bien, permitido, porque claramente es una ficción y no política ni ninguna ideología, ante todo un relato, aunque con ideas. Lo llano afuera y lo trascendente detrás en el mismo mundo, para un hombre, como para muchos, a través de la descripción del individualismo. 

Un filme austero por donde se le vea, fresco. pero bien realizado, con su notable noción de autor y su lectura de soporte necesaria aunque algo lejana, a la que le hubiéramos pedido más detalles, para no sentir tanto ese verano de sencillez argumental y ese cariz al que más le importa (y ancla en) Manena, y desgraciadamente no es para tanto. Un filme de buena forma, que tiene de complejo, el que aspira a ser importante sin poner intensidad en el asunto principal. No obstante queriendo no llega a ser demasiado simpático. Cine de autor bastante correcto, con muy buena noción de cómo hacerlo, un poco sobre-dimensionado por su estructura. Pero, aunque tiene de criticable, representa una propuesta saludable e inteligente dentro de la competencia de ficción del 17 Festival de Cine de Lima.