jueves, 11 de julio de 2013

La demora

Dedicado a su padre el director uruguayo afincado en México Rodrigo Plá ha hecho un filme conmovedor pero sin perder en su ambientación el toque de sosiego y sequedad propio de la realidad, e idóneo en el contexto tratado, ya que en la vida uno no suele ser demasiado pensante en cuanto a sus sentimientos como se suele figurar, sobre todo en gente que tiene y necesita de una fuerte personalidad, o a razón de lo que damos por hecho, si bien hay personas más emotivas que otras e intiman en sí mucho más, ya que no solemos andar metidos en nuestra alma porque dada la realidad nos abocamos a crear barreras de autodefensa, la dureza hace de nosotros seres más herméticos y menos expresivos, que no es el caso de los personajes de esta historia que mantienen sensible su corazón, solo que se debaten en ciertas pruebas y naturales esencias contextuales de donde surgen decisiones no siempre acertadas, no tan nobles, asumidas por la idiosincrasia que aprieta y nos hace “perder" la cabeza. No solemos profundizar o ese parece ser un rasgo de la mayoría de seres humanos (permítanme ver el mundo mucho menos romántico de lo que se suele creer que es), para lo que la frialdad de nuestro cotidiano entorno se disuelve un poco en el ecran y espabilamos con nuestra introspección hacia aquel ser querido que en nuestro día a día representa una responsabilidad y una importante carga, pero que debemos percibir con los mismos ojos que María llega a verlo tras el incidente de la trama, la demora (para seguir sacrificándonos por el amor que sentimos), ante el miedo a perder a ese ser querido, que en la historia presente se trata de su anciano progenitor.

El filme tiene un centro fijo por el cual se mueve y extiende, se dilata, se toma su tiempo sin molestar, generando gran alcance de reflexión en su único punto que deriva en varias ideas en derredor, bajo un acontecimiento mínimo pero trascendente, dejar en una banca al anciano padre, esperando que se lo lleven a un albergue y pueda liberarse la hija de él, madre de 3 hijos y que vive en la pobreza, de un padre que es como un niño necesitado de cuidados, se orina encima, hay que bañarlo, vestirle, alimentarlo, se pierde constantemente, tiene una memoria débil, puede ser a ratos difícil, es un espejo de melancolía entre otras características que exalta una sugerente descripción bastante inteligente de parte del director en cuanto a su criatura.

La trama se ciñe mucho a sus personajes, a los pocos actores que intervienen y lo hacen bastante bien, incluyendo al amigo y peluquero que sería el menos vistoso en cuanto a interpretación. Resaltan  María (Roxana Blanco) y Agustín (Carlos Vallarino), la hija y el viejo progenitor respectivamente, ambos gente dolida y endeble, pero en el caso de ella alguien que tiene que ser fuerte para sostener a su familia mientras todo se dificulta porque lleva una existencia bastante precaria. Un aspecto claro en el filme es que son gente digamos que buena, pero que su mundo es demasiado duro, tanto que pueden llegar a perder su humanidad, que es el desafío que presenta el relato en su protagonista, pensando que como ella dice, puede hacer algo que no está en sí, y es un problema de desesperación. Si uno no está en ello será complicado de entender, sin embargo Rodrigo Plá logra contenerlo más que decentemente. Concibe perpetrar ese ambiente aun notándose cierta artificialidad, no por actuación sino como efecto reiterativo en los rostros siempre compungidos de los personajes como en un cuadro de poca complejidad y facilismo, un recurso que se tolera y que no es tampoco terrible pero se hace a ratos vacío en su constancia porque no llegan a trasmitir más allá de cierta superficialidad, y que mejor se ve trabajado en los acontecimientos, como con los billetes planchados y pegados, en cómo se ven los distintos interiores del apartamento o los malos momentos del senil solo en el parque, muy bien compensando con la ayuda y atención de la generosidad de inquilinos de ese desconocido vecindario, un indigente o con el vigilante. Su minimalismo acompaña mejor que cualquier cara triste producto de la “nada”, aunque no vamos a ser injustos, sabemos que la realidad es un motivo, y el filme es un lapso que quiere condensar una realidad, y como desea fijar un sentimiento no está del todo mal ingeniado siendo el pesar algo que quiere resaltarse, que se quiere que recorra más que intrínsecamente, sin embargo más veo y siento en la normalidad del anciano esperando lo que no intuye, en su admiración y afecto paterno, abandonado a la intemperie, que pegado a una expresividad monótona.

Su comienzo es potente aunque apunta a ganador, la decrepitud en el baño, que está muy bien lograda, surge efectiva, sugerente y clara, ayuda a formar bastante  la historia y a enseñar un tono. Ese cuerpo desnudo avejentado es sumamente evocativo, abre un camino de dependencia y deterioro que es el sentido de lo que presenciamos, y de ahí resalta un pensamiento, el dolor de hallarse en una especie de estado sin salida, que resulta la pobreza, el trabajo mal remunerado e informal sin beneficios sociales y  por ello la constante necesidad (tres hijos chicos y un anciano bajo el sustento de la labor de costurera no es poco peso). Sin embargo, algo cambia, como en todo es cuestión de perspectiva, el anciano puede ser algo que nos falta y que queremos cerca, bastando un incidente que provoque distinto punto de vista para asumir un tipo de felicidad, o aceptación que sería más apropiado vista la trama.

El ánimo predomina y tiene mucha cabida, aunque el más importante sea un especie de fuera de campo último, a través de un conjunto melancólico y por poco unidimensional que se revitaliza en un final positivo, como el de la luz tras la experiencia, que viene de atrás implacable en donde ni siquiera el pretendiente parece ser una oportunidad de alegría, sino que deja la duda de su sinceridad, porque tiene pareja, y es que puede ser que solo quiera cogerla, como sale muy oportunamente de la boca diáfana de un niño. Algo que un poco le falta a la propuesta, lograr hacer constante la intensidad natural de la empatía, plegarse a la sequedad y a ese viejo en la banca o echado en un rincón del parque, sin que por ello desmerezcamos los logros, porque los tiene en muy buena medida, como una obra que sirve para ver lo que no solemos percibir y apreciar. Es una historia que crece desde una fisonomía pequeña y que merece sus aplausos, como los tuvo con el merecimiento de dos premios Ariel el 2013 (máximo galardón cinematográfico mexicano), por guion para Laura Santullo, y por mejor director.