domingo, 17 de febrero de 2013

A royal affair


Muchos creían que la realeza aparte del privilegio que poseía se sostenía de un aura de divinidad, pero la realidad era que eran tan humanos como cualquiera, con la ventaja de poseer el poder y todo lo que conlleva ello, la inteligencia. Sin embargo para el siglo XVIII este emergía de una clase estudiosa e intelectual, profesional, que estaba inmersa en medio de las mayorías pobres y la alcurnia tratando de liderar el mundo. Pronto ellos desarrollarían sus ideas y las difundirían, sería la ilustración francesa, igualdad, libertad, reformas. Se estaba gestando la democracia como la concebimos actualmente, la separación de la injerencia política de la iglesia y la representación del derecho y voluntad del pueblo y ya no de la monarquía. Y en ese contexto y características se adscribe nuestra historia bajo el velo de una aventura, el amorío de la reina de Dinamarca con el doctor, consejero real y mano derecha del rey.

El director danés Nikolaj Arcel primero parece abrupto en su propuesta dándonos enseguida un quiebre que justifique una infidelidad. Nos pone en escena a un monarca joven bastante inmaduro, tosco, bobo, distraído y aficionado a las prostitutas (un desengaño de expectativas), aunque amante de la literatura y con la última palabra en la boca, que tuvo muy poco tiempo embelesada a su futura consorte que siente atracción por el arte (pasión dominante que la moviliza y que representa el germen de lo que se avecina y asimilará) y que la inclinaba al comienzo hacia su marido. Ilusión que desaparecerá como un soplo implacable en un grupo de actos exagerados del cónyuge. Pero pronto esa impresión del espectador sobre el accionar del director empieza  a cambiar al tomar forma la historia dándonos cuenta que se trata de un avistamiento descriptivo. Llega el rumor, el rey está loco, de donde poco a poco iremos entendiendo hasta solventar esa pequeña rendija de personalidad que parecía una falla, para pasar a tener entre manos a un personaje completo, definido, logrado, cuando recorramos todo el metraje. El filme se encargará de incrementar miles de detalles, provocar cada vez más el afinamiento de esa imagen hasta dejarla en la desnudez de su realidad. Y aunque definitivamente no se convertirá en quien más nos infunda admiración será el eje de todo lo que vendrá en la trama. Siendo un protagonista capital y una construcción que requería una importante aclimatación ya que da la argumentación de los hechos, los solventa. No obstante nuestro héroe político y romántico condenadamente seguro y atrevido capaz de aprovechar las deficiencias, errores y maleabilidad  del monarca Christian VII (Mikkel Boe Følsgaard, oso de plata por mejor actor en el Festival de cine de Berlín 2012, compartiendo la película el premio a mejor guion en la misma gala), a razón de seducir y conquistar el amor de su mujer, Caroline Matilda (Alicia Vikander) y controlar Dinamarca enfrentándose a la aristocracia clásica y convencional con ideas revolucionarias que transforman el mundo conocido, es Johann Friedrich Struensee (Mads Mikkelsen) quien por más fantástico que parezca realmente existió e hizo lo que se nos cuenta, lo que no suena descabellado decir de que hizo lo que le dio la gana por un buen tiempo remeciendo las bases de los privilegiados,  lo que le acarreó el odio de estos que propiciaron finalmente su caída. La gestión de Struensee decide eliminar la tortura, quitar las subvenciones a los patricios, permitir la libertad de expresión en medios escritos, invertir en los derechos de los campesinos que solían estar bajo la omnipotencia y abuso de los nobles, entre otros cambios liberales y visionarios para la época.

El arranque de la introducción de la vida de Struensee luce funcional –Arcel no se hace problemas con lo que cuenta teniendo la labor de llenar vacíos históricos y proporcionar interpretaciones imaginativas pero razonables en muchas partes de la historia en que se muestra en conjunto efectivo-, escogiendo ser simple, así como la ascensión al poder se da fácil en pantalla (que son lugares importantes en la trama), de donde se le derriba de la misma manera pero de forma amplia y desarrollada, bajo los mismos personajes. El doctor alemán que según vemos sirve humildemente al pueblo, con quien se identificaría siempre por la fascinación que sentía por la novedosa y tan evolucionada filosofía gala (más tarde pensador y ejecutor de esa práctica reformista), de ser un desconocido y un don nadie, por una intervención médica de un conocido suyo pasa a servir en la corte como doctor personal del rey. La recomendación de este descontento, ambicioso y arribista noble curtido en deudas y despilfarros le permite dar el primer paso a ese lugar en la historia universal como el máximo orden de poder del reino danés.  

El filme parece poseer dos caras, una simplista y violenta que en el caso del rey luego toma el lugar del detalle, y otra más lenta y extensa, el personaje de Mikkelsen se cose en ese estilo en su enamoramiento al igual que en su derrocamiento conspirativo. Su papel es el de un hombre inteligente, leído y valiente, pero también pasional e idealista al punto de no temer ganarse enemigos en sus políticas, estando encuadrado en marcar un hito de cambio por sí y esto lo ciega un poco, y lo encamina o le requiere la manipulación del rey. Su interpretación nos hace confirmar el premio del Festival de Cine de Cannes 2012 de donde mereció el galardón por mejor actor como uno de los más interesantes que tiene actualmente Europa. Le da un realce que solo el cine puede otorgar en el talento, le da porte y lo vuelve mayor en su figura exterior, en sus ademanes y expresiones que son dignas de crear un mito detrás, solemne y seguro. Y no deja de ser humano, pero con mucho mayor espectacularidad (seca y natural, normalizada) que los de su alrededor, ni la reina siquiera le hace competencia y está muy lejos de su presencia escénica (hay una porción de carencia de virtud visual en los actores que hacen de reyes pero se sobreponen a ello porque exigen defectos reconocibles que se derivan tranquilamente a sus figuras externas, la reina aunque inteligente los posee sutilmente, parece un poco perdida como dispuesta  a dejarse convencer por el ideario y la personalidad del tipo audaz, estando endeble ante la desilusión matrimonial, el rey llega hasta el ridículo, impagable la imagen de arriba para abajo agarrándole la mano al negrito), y es que a todos les cae el guante de una monarquía pedestre e imperfecta, pero no nos confundamos porque él se equivoca, se apasiona, se enceguece pero bajo una iluminación que lo realza, que lo hace denotar especial aun siendo llano, transparente. Y es un acierto del director porque lo que genera y en lo que se involucra implica necesariamente esa apariencia, no exagera sino justifica los hechos.  Y cuando lo vemos padecer nos brinda otra parte de su ser, que es muy verídica sin quitarle la otrora majestuosidad, aun destruyéndole el espíritu y viéndolo agachar la cabeza a algunas de sus ideas, aparte del golpe que genera el rechazo “traidor” de la gente.

Las personalidades de los tres principales están muy bien desplegadas. Es un filme arrolladoramente atrapante que con su sencillez hace de los acontecimientos muy procesables y emocionalmente identificadores. Y eso degenera paradójicamente en que el complot aunque luce representativo parece un poco insuficiente, no porque no se toma el tiempo de concretarlo sino porque parece muy cinematográfico en el sentido menos elogioso y más masivo, requiriendo de mayor profundidad, y se debe a ese espíritu general de llegar al espectador menos exigente. La ambición de la propuesta global es palpable, la recreación material y argumental no parece poca cosa pero le falta épica, un poco de grandilocuencia, de exaltación, no mucha que anule el realismo pero por lo mismo hechos como este parecen ser más complicados (y habrá quien diga que en la simplificación puede esconderse la autenticidad ya que la realidad puede ser menos de lo que uno imagina en cuanto a seriedad y actos notables en general pero mínimo un equilibrio o una dosis considerable de acercamiento en cuanto a lo que se consigue), y con ello habría que sacrificar la vocación de entretenimiento. No se consigue plasmar lo suficiente sobre la madre del rey Juliana Maria (Trine Dyrholm) y el futuro primer ministro de Dinamarca Ove Hoegh-Guldberg  (David Dencik) que cuando uno lee de ellos se imagina mucho más de lo que el filme refleja que parecen muy inferiores a su accionar conspirativo, personalidad y legado. El ingenio debe concebir una mezcla esencial de acuerdo al tipo de película, ambiciosa e históricamente relevante, se alaba la espontaneidad del filme (la irreverencia de las reuniones en el comedor del palacio o la desmelenada aventura carnal de la reina regresando a su “adolescencia”) pero ha optado por serlo demasiado requiriendo como en Struensee conciliar esos dos mundos, reconocernos y a la vez elevarlo a una posición de distinción. 

Nos ha acercado un monumental momento de la historia de Dinamarca y aunque no lo percibamos del todo es un hito de la humanidad, ya que paso a paso el mundo ha ido cambiando, y cada lugar ha ido entregando su vinculación a una nueva era y visión, que sin ello no se hubiera consolidado. Struensee fue el pensador que decidió seguir y poner en práctica a Rousseau, de quien se emociona con una carta suya mucho más que con cualquier acto que venga del trono o del consejo a quien no respeta, poniéndose por debajo de pensadores como Voltaire y a la realeza en ello. Esa sencillez brilla porque sabemos de sus actos (la figura no es tímida en cuanto a su distinción, y se le hace ver un tanto demasiado bonachón limando un lado lujurioso, egocéntrico y manipulador que se logra ver -aunque poco- o intuir, como cuando le quiere confesar al rey su infidelidad lo cual solo se puede permitir en la locura de este). No ha debido ser solo él aunque se entiende que la inteligencia ya no le pertenecía a la nobleza sino a los intelectuales de la ilustración, y ese es el sentido seguido.

La lectura tiene injerencia en la trama acarreando dos vertientes, una es la de la superficialidad y la vacuidad, el rey Christian VII sigue esa senda por sí mismo, mientras otra es de intelectualidad pero llevada a la práctica, y crea un ideario a seguir que se vincula con el mundo.

No se le va a quitar a lo exhibido que es una apuesta de buen cine, directo, claro y trascendente aunque pecando de muy humilde en ciertas características (los escenarios o el vestuario no lo son por supuesto),  que remonta algunos errores en un satisfactorio conjunto, ya que se goza en muy buena medida y es digna competidora del Premio Oscar a película en habla no inglesa que pone a Arcel como un competente y por elección exquisito y valioso director de cara al aplauso internacional y multitudinario.