domingo, 25 de septiembre de 2011

Oldboy


Segunda película de la trilogía de la venganza del director surcoreano Park Chan-wook, la que es su obra más destacada, en la cual no podía faltar como se acostumbra en el cine asiático la violencia descarnada, pero se ha de agregar que su desenlace resulta de imponente audacia, con justificaciones que explican un conflicto amoral que puede herir susceptibilidades. Sucede en medio de un diabólico e implacable ajuste de cuentas que se vale del hipnotismo y de la crianza cautiva de un ser humano. Todo esto descubrirá la originalidad de Park Chan-wook, en un filme de mucha fuerza. Por más que es bastante compleja la trampa y digna de la más perfecta elucubración mental, que puede sonar demasiado increíble, cautiva sin agotar un milímetro siquiera, ya que ésta obra maestra profesa mucha adrenalina y tantos cambios de rumbo que hacen imparable el montarse en ésta realización desenfrenada y despiadada. Se trata de una vorágine que mueve a dos ángulos enfrentados bajo sus convicciones, uno tras la verdad oculta de su feroz confinamiento y otro como moviendo los hilos de un títere en que se ha convertido su víctima -y verdugo- que debe encarar la resolución de su idiosincrasia arduamente castigada a razón del refrán de la curiosidad mató al gato.

El calvario de Dae-su (Choi Min-sik), alcohólico y natural antisocial sin remordimientos, un tipo rodeado de enemigos producto de sus múltiples pecados, empieza un día frente a una cabina de teléfono. Al poco rato se verá aprisionado en un cuarto durante 15 años sin saber la razón de semejante penitencia ni quienes lo mantienen de esa manera, aunque en su celda tiene televisión y alimento, cuidado como si fuera una mascota, en buenas condiciones. Inmerso en esas cuatro paredes dedicará su tiempo a planear su desquite, envuelto en la ira más desbordada. Una noche verá la luz y empezará un nuevo nivel de tortura.

La cinta es muy dinámica con demostraciones de combates físicos descomunales, muy bien trabajados, como es costumbre en oriente, bajo una furia incontrolable, en un hacer de aspecto espontáneo que no escatima excesos y que a pesar de su siempre grotesco espectáculo no agrede nuestra sensibilidad sino la exalta con su venia. Destaca a su vez una parte psicológica sostenida, que merodea la trama; perseguido o perseguidor, en ello está el juego perfecto, los papeles se invierten constantemente. Sin embargo al final sabremos que todo es una maquinación perversa que planea enseñar la culpa dolorosamente, sin contemplaciones, mediante la experiencia.

La tesis resulta contundente, de acuerdo o no con ella no deja de ser impresionante. Pone a prueba al personaje principal, aleccionándolo en evitar asumir algo por hecho. El amor distorsionado por un lado y en otro manipulado aparece teniendo matices punibles, no obstante en la libertad del guion se permite su manejo sin tapujos ni timidez, muy por el contrario su firmeza potencia su uso. Deja lejos los veredictos condenatorios de índole moral. Uno queda sorprendido y a su vez entusiasmado con la habilidad de darle forma a esos giros tan deleznables que yacen como síntoma de una humanidad que incomoda y que subvierte las reglas de la naturaleza.

Todo el circo que impone la personalidad de vocación prepotente de Dae-su se dará de rostro con la inteligencia que prepara su trasformación, que aunque no busca ser noble predicará sobre su figura imbuyéndola de humildad. Es una inquietante manera de entablar comunicación, un escarmiento pedagógico macabro; justo quizás, si pensamos en el ojo por ojo o en la ley en nuestras manos. Endiabladamente venenoso afecta lo que en época de guerra se le hace llamar de daños colaterales, vidas humanas periféricas que no tienen culpa alguna, pero que caerán en el pozo que arrastra sus vínculos, el mal habido destino dirían algunos.

La voz en off de los pensamientos de Dae-su pretende dar la sensación de control pero eso termina siendo engañoso porque las situaciones nunca son lo que parecen, y en ese artificio yace la buena disposición de Park Chan-wook, que vacila hacia diferentes perspectivas con mano diestra. Y como no puede faltar, a la vera de la creatividad, se reiteran los acontecimientos imprevistos, una de las virtudes de ésta obra, no siendo en absoluto previsible. Frente a las explicaciones conclusivas y redondas denotamos que el director es otra mente maquiavélica en sentido que tiene su filme completamente definido, estructurado a la par de un arquitecto monumental y esa omnipotencia no hace más que retratar la máxima maestría, a través de extravagancias infaltables, acción desbocada, frases elocuentes (como “llora y llorarás sólo, ríe y el mundo reirá contigo”), comedia impúdica, una escena de sexo amplia y fundamental, escenas variopintas en el encierro y flashbacks decisivos y brutales aún en lo formal. Oldboy es un plato super apetitoso para la buena mesa cinematográfica.